Hacía tiempo que no recomendaba un libro en el blog. Y no es que no haya leído libros que me hayan parecido interesantes. No, la causa es que el post de recomendación de libros suele ser más largo de lo habitual, y siempre ando algo justo de tiempo. Sin embargo, hoy he tenido que buscar y encontrar el tiempo porque no puedo dejar de recomendar este libro a todo aquél que esté interesado, no sólo en lo ignaciano, sino en una espiritualidad enraizada en nuestro día a día, en lo cotidiano, en nuestra propia vida. ¿El título del libro? Una oración sencilla que cambia la vida, de Jim Manney. Su subtítulo nos da alguna pista más sobre su contenido: descubriendo el poder del Examen Diario de San Ignacio de Loyola. Creo que puedo decir sin mentir que es el libro que más me ha enriquecido en el último año, ya que ha transformado mi forma de hacer oración diariamente. Llevo una semana siguiendo sus indicaciones y, desde que hice el mes de ejercicios, no había notado cambios tan relevantes en mis vivencias interiores. No dejes que el término ‘examen’ te eche para atrás. Nada que ver con una hoja con preguntas, con respuestas correctas o incorrectas, ni con un juez severo que te aprueba o suspende en función de lo que has contestado. Intentaré demostrártelo enumerando algunas de las principales ideas que he encontrado en esta pequeña joya que, te lo aseguro, se lee con facilidad. Empecemos: Mira si será importante esta práctica, que San Ignacio de Loyola quería que los jesuitas la realizaran dos veces al día (al mediodía y antes de acostarse). Podía eximirles de cualquier otra forma de oración durante jornadas de mucho ajetreo… Pero nunca del examen (p.4) La oración verdadera se hace para que ocurran cambios (p.2) El examen busca señales de la presencia de Dios en los sucesos del día y que nos preguntemos si nuestras acciones se ajustan al modo de Jesús (p.2) Dios se involucra personalmente en la vida de sus criaturas. (…) Si es parte de nuestra experiencia humana, Dios está ahí (p.9) Los libros, las ideas y los consejos prudentes son importantes, pero el lugar en el que fundamentalmente encontramos a Dios es en lo que nosotros mismos experimentamos. (…) Podemos confiar en nuestra experiencia porque Dios trata con nosotros de manera directa (p.13) El examen no tiene nada que ver con un deprimente catálogo de pecados, faltas y errores (p.19) Tampoco debemos creer que la oración sólo es para personas buenas. Si lo hacemos, sólo rezaremos cuando nos sintamos virtuosos y dejaremos de hacerlo cuando tengamos una vivencia de nuestra fragilidad… Siendo el momento en el que más necesitamos de la oración (p.21) El examen nos propone una larga y amorosa mirada a la realidad, tratando de percibirla desde los ojos de Dios, pidiéndole que nos revele que hay detrás de cada vivencia o emoción. Al preguntarle a Dios lo que significan, las convertimos en vehículos de gracia, ordenamos el caos (p.21-23) PASO UNO: REZAR PIDIENDO SER ILUMINADO Queremos ver nuestra vida diaria a través de los ojos de Dios, y no somos capaces de hacerlo sin su ayuda. Buscamos una perspectiva guiada por el Espíritu, no un examen que se basa sólo en las facultades de nuestra memoria natural. (p.29) Dios obra con medios humanos. Lo que experimentamos en el examen es justamente el gran misterio de que Dios está presente en nuestra experiencia diaria en nuestro mundo cotidiano (p.30) No hay zarzas ardientes ni voces ensordecedoras (…). Dios aparece en el tranquilo susurro de nuestros recuerdos, pensamientos y sentimientos guiados por el Espíritu (p.30) Le pedimos a Dios que nos dé el don de ver los dones que nos da, quiénes somos en realidad, la naturaleza de nuestras relaciones y motivaciones, nuestras debilidades y desórdenes (p-30-33) En la perspectiva ignaciana, el pecado incluye todo el abanico de ideas, sueños, deseos, anhelos y ansias que evitan que seamos la clase de persona que estamos llamados a ser. Pecamos porque somos tercos y estamos llenos de orgullo. Pero, sobre todo, pecamos porque somos ignorantes. No sabemos lo que en realidad queremos, y por esa razón perseguimos fantasías, pálidos reflejos de aquello que de verdad puede satisfacernos (p.33-35) No pecamos porque estemos en contacto con nuestros deseos, pecamos porque en realidad no lo estamos (p.35) ¿Qué es lo que realmente quiero? (…) Cuando contestamos a esta pregunta, vamos camino a la libertad. Sólo Dios puede mostrarnos esto, y que Dios nos ilumine es lo que pedimos al comienzo del examen. (p.35) PASO DOS: DAR GRACIAS La gratitud es el sello de identidad de la espiritualidad ignaciana, y la ingratitud es el peor de los pecados (p.38 y 40) Dios como un generoso dador de dones, que percibimos a través del examen (p.39) El amor se debe poner más en las obras que en las palabras. También Dios se comunica y actúa (p.40) La ingratitud [con Dios] es negarse a ver la verdad (p.42) Si todo es don, no somos dueños de nada (p.43) PASO TRES: REPASAR EL DÍA Dios obra a través de lo que es, no obra con lo que fue, o debería haber sido o podría ser (p. 46) El examen es un ejercicio para encontrar a Dios en nuestra vida tal y como la estamos viviendo ahora mismo (p.47) Miro a lo real. No lo analizo ni lo discuto, no lo describo ni lo defino; formo parte de él. No lo rodeo; entro en él (p.47) Rezamos el examen para discernir la verdad más profunda de nosotros mismos, guiados por el Espíritu Santo. Esperamos ver nuestra vida a través de los ojos de Dios (p.48) Hacemos el examen para descubrir dónde está Dios, cómo le respondemos y qué es lo que más deseamos (p.48) Dios nos inspira y nos trata de la manera más íntima, a través de nuestras emociones de consolación y desolación (p.49) El examen es una herramienta, no un sistema ni una técnica que hay que seguir fielmente. Si el Espíritu Santo te guía, encontrarás tu propia manera de rezarlo (p.50) Recomendaciones para repasar el día: Repasa los acontecimientos del día de hora en hora, secuencialmente, tratando de recordar las sensaciones y emociones de cada momento. Pide al Espíritu Santo que te muestre qué te están diciendo sobre la presencia de Dios en tu vida, y sobre tu modo de responderle. De todos los acontecimientos del día, toma el que te parezca más significativo, el que más te remueva, y detente en él. El examen es parecido a rebuscar en un cajón lleno de cosas hasta encontrar algo que llame tu atención. Pregúntate qué has hecho hoy con tus dones, con tus talentos… ¿Al servicio de quién los has puesto? Revisa tus relaciones personales de la jornada: qué tipo de relación tienes con esa persona, si te mueve su interés o el suyo, si te despierta amabilidad o aspereza, por qué crees que es así… etc. PASO CUATRO: ENFRENTAR LO QUE ESTÁ MAL Dudo que seas perfecto, así que tu examen -como el mío- te llevará a la conclusión de que hay algo que está mal en ti, y a la voluntad de arreglarlo (p.58) Las acciones pecaminosas no son el verdadero núcleo de lo que anda mal en nosotros. Las mentiras, el robo y el adulterio surgen de trastornos internos profundos (p.60) El problema soy yo. El comportamiento que lamento es una manifestación del problema real, un síntoma de la enfermedad. La mejor metáfora para el pecado es el fracaso. Estamos por debajo de nuestros propios ideales. No frustramos a Dios tanto como nos frustramos a nosotros mismos (p.61) El examen nos ayuda a arreglar lo que no anda bien al clarificar las cosas (p.62) Dios nos invita a observar lo que está mal en nuestra vida, no a arrastrarnos ante un juez implacable, implorando misericordia. Al tomar consciencia de nuestros pecados, podemos dolernos del mal causado, proponernos cambiar y solicitar la ayuda para lograro a ese Dios que nos ama más de los que nosotros mismos nos amamos (p.65) San Ignacio vio la escrupulosidad como un serio problema espiritual [porque la sufrió en Manresa]. De allí en adelante, en su propia vida y en la de aquellos de quienes él era un guía espiritual, no estuvo de acuerdo con los ayunos prolongados, la ortificación de la carne ni otras prácticas de penitencia severas (p.66) El objetivo de todo esto es ser más libres. El pecado restringe nuestra relación con Dios, no porque se trate de un punto negro en el libro que lleva el árbitro divino, sino porque las mentiras, los espejismos y las excusas interesadas que nublan nuestra mente nos hacen menos capaces de dar y recibir amor (p.66) PASO CINCO: HACER ALGO, PERO NO CUALQUIER COSA Preguntarse qué haré hoy es el núcleo del quinto paso del examen (p.70) Deja de soñar, haz algo para realizar tus sueños (p.71) ¿Dónde voy a necesitar más a Dios mañana? Le pido a Dios que me dé lo que voy a necesitar para lidiar con la situación que me toca (p.73) No se trata sólo de actuar mejor, se trata de cambiar por dentro con o así el actuar mejor con la ayuda de Dios. Sólo así será sostenible en el tiempo (p.75) La oración debe conducir a la acción, no a descansar en la paz interior (p.76) Dios nos ama tal y como somos, pero eso no significa que Dios apruebe todo en nosotros. Nos acepta a pesar de muchas cosas… Que debemos intentar cambiar (p.76) Por nuestra parte, sólo podemos comprometernos a intentar cambiar, a permitir que DIos nos transforme con su gracia (p.77) La razón por la que queremos ser conscientes de lo que Dios está haciendo en nuestra vida es para poder responderle mejor. La pregunta que queremos que se responda es: ¿Qué debemos hacer? (p.82) Estamos aquí para amar y servir. Las cosas del mundo, o nos ayudan o nos estorban en esa tarea. Debemos tomar buenas decisiones, y para decidir bien debemos ser libres (p.84) Unos últimos consejos para terminar: Marca un tiempo para dedicar diariamente a la oración, y mantenlo Sé paciente cuando no suceda gran cosa Escucha más de lo que hablas Presta atención Ábrete a la sorpresa del Espíritu y a su acción transformadora Si te ha gustado el resumen, el libro te gustará más
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