Había una vez un hombre llamado Pedro que siempre se sintió diferente a los demás. A medida que crecía, se daba cuenta de que no encajaba en las expectativas sociales y se sentía incómodo en su propia piel. A menudo se encontraba pensando en cómo sería vivir una vida más simple y sin preocupaciones. Un día, mientras paseaba por el parque, Pedro vio a un perro jugando alegremente con su dueño. Quedó hipnotizado por la despreocupación y la felicidad del perro. En ese momento, una extraña idea cruzó por su mente: "¿Y si pudiera ser un perro?" A partir de ese día, Pedro se obsesionó con la idea de convertirse en perro. Investigó en libros y en Internet sobre métodos mágicos o científicos que pudieran hacer realidad su deseo. Sin embargo, pronto se dio cuenta de que no había una forma realista de convertirse en perro. A pesar de ello, Pedro no se rindió. Decidió que, si no podía ser un perro literalmente, al menos podría vivir su vida de una manera similar. Comenzó a adoptar comportamientos caninos, como caminar a cuatro patas, ladrar en lugar de hablar y comer de un plato en el suelo. La gente que conocía a Pedro pensaba que se había vuelto loco. Le decían que era absurdo querer ser un perro y que debería aceptarse tal como era. Sin embargo, Pedro estaba decidido a seguir su camino y encontrar la felicidad que anhelaba. Un día, mientras Pedro estaba en el parque actuando como un perro, conoció a una joven llamada Laura. Laura era una amante de los animales y se sintió intrigada por la peculiaridad de Pedro. Se acercó a él y comenzaron a conversar. A medida que Laura y Pedro pasaban más tiempo juntos, ella comenzó a comprender su deseo de ser perro. Aunque no compartía su deseo de convertirse en un animal, admiraba su autenticidad y su valentía para perseguir su propia felicidad. Laura sugirió a Pedro que explorara otras formas de ser fiel a sí mismo sin convertirse en un perro. Juntos, exploraron diferentes actividades y pasatiempos que le brindaban a Pedro una sensación de libertad y autenticidad. Descubrió que le encantaba correr al aire libre, pintar y escribir poesía. Estas actividades le permitían expresar su verdadero ser y encontrar alegría en su propia humanidad. Con el tiempo, Pedro se dio cuenta de que no necesitaba ser un perro para encontrar la felicidad y la aceptación. Aprendió a abrazar su individualidad y a amarse tal como era. Ya no se preocupaba por encajar en las expectativas de los demás, sino que se centraba en vivir una vida auténtica y plena. La historia de Pedro nos enseña que cada persona es única y tiene sus propias aspiraciones y deseos. A veces, puede ser tentador querer ser alguien o algo diferente, pero lo más importante es aceptarse y amarse a uno mismo. Al encontrar el equilibrio entre nuestros deseos y nuestra identidad, podemos descubrir la verdadera felicidad y vivir una vida significativa.JOSÉ PARDAL
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