El ocaso de Tabacalera S.A: del monopolio público español al control británico

May 30, 2022 · 9m 49s
El ocaso de Tabacalera S.A: del monopolio público español al control británico
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En 1875, pocos meses antes de su muerte, George Bizet estrenó la ópera Carmen, que incluye en uno de sus actos esta pieza que escuchan... Se trata del famoso aria...

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En 1875, pocos meses antes de su muerte, George Bizet estrenó la ópera Carmen, que incluye en uno de sus actos esta pieza que escuchan... Se trata del famoso aria Habanera, interpretado por Carmen, una gitana española que trabaja como cigarrera en la Fábrica de Tabacos de Sevilla, lugar en el que está ambientada la obra. El compositor francés decidió dramatizar así la historia contada en la novela homónima del escritor Prosper Mérimée. La ópera Carmen es una de las primeras representaciones artísticas que se hicieron sobre las cigarreras, todo un movimiento obrero que marcó el devenir de la industria a lo largo del siglo XIX.

Pero todo comenzó mucho tiempo atrás. Durante la conquista de América, Rodrigo de Jerez y Luis Torres, dos marinos españoles que viajaban a bordo de la Santa María junto a Cristóbal Colón, descubrieron el tabaco en San Salvador. Los nativos se presentaron con hojas secas que desprendían una fragancia peculiar que no habían visto nunca. Poco después, la pareja de navegantes vio por primera vez a personas fumando en Cuba. Los aborígenes hacían un rollo con hojas secas de palma y maíz con tabaco en su interior que, al ser prendido, soltaba un humo que estos inhalaban.

A su regreso, Rodrigo de Jerez quiso introducir este hábito en España a través de Ayamonte, su pueblo natal en la provincia de Huelva. Sin embargo, acabó siendo encarcelado durante siete años por la Santa Inquisición, ya que, por aquel entonces, se creía que sólo el diablo podría dar a un hombre el poder de expulsar humo por la boca. Unos años más tarde, en torno al 1510, gracias a la vuelta de muchos colonos, el tabaco empezó a llegar en grandes cantidades a España, comenzando su camino por Europa en una costumbre que se difundió poco a poco entre todos los estratos de la sociedad. Algunos científicos de la época intentaban hallar en el tabaco propiedades medicinales mientras que otros se atrevían a advertir ya de sus efectos nocivos para la salud.

La abrumadora expansión del tabaco a lo largo del siglo XVI hizo que los gobiernos vieran las posibilidades de un gran negocio y la corona española, siempre necesitada de recursos, vio en el tabaco una posible fuente de ingresos. Finalmente, en 1636 se acabó decretando el estanco del tabaco, convirtiendo su venta en un monopolio para el estado. Hasta ese momento, en España había dos estancos mayores, y varios estancos menores, entre ellos, el del aguardiente, la pólvora, los juegos de naipes o el papel sellado.

Sevilla tuvo la primera fábrica de tabaco de España
El aumento del consumo de tabaco provocó una mayor fabricación y venta y la producción artesanal comenzó a ser sustituida por la industrial. Fue entonces, a principios del siglo XVII, cuando empezó a funcionar en Sevilla la primera fábrica de tabacos española en la Plaza de San Pedro. Esta tuvo varias ampliaciones a lo largo del siglo hasta su cierre en 1760. Prácticamente para entonces ya estaba construido el edificio que acogería la Real Fábrica de Tabacos de Sevilla. A Sevilla le sigue, por orden cronológico la Fábrica de Cádiz, puerta de regreso de España ante el Nuevo Mundo, y la de Alicante.

La de Madrid llegaría más tarde. Las tres fábricas de tabaco existentes en España eran insuficientes para el abastecimiento de todo el país y a la capital llegaba muy poca producción. Por ello, en 1809, José Bonaparte ordena albergar la Real Fábrica de Tabacos de Madrid en un edificio construido veinte años antes en los terrenos que pertenecían a las huertas del céntrico convento de San Cayetano. Originalmente, este inmueble era sede de la Real Fábrica de Aguardientes y Naipes, junto a otros productos estancados, pero la elaboración del aguardiente le acabó siendo concedida a la condesa de Chinchón, que dio nombre al anís, y la de barajas de juego le fue otorgada al famoso Heraclio Fournier.

Bonaparte recuperó la funcionalidad industrial del recinto y dio trabajo a más de 800 cigarreras madrileñas, cifra que creció exponencialmente con el paso de los años y el aumento de la población en la ciudad. El rey introducía en la capital mano de obra femenina, siguiendo la estela de aquel colectivo de cigarreras de Sevilla que Bizet retrató en su famosa ópera.

Aunque en un principio este sector estaba reservado para los hombres, el aumento de la demanda, y una mayor exigencia por parte de los clientes respecto a la calidad del producto, hizo que la industria tirara de mano de obra femenina. En aquel entonces, las mujeres suponían una mano de obra más barata y, en principio, no solían presentar problemas de cara al trabajo. No obstante, acabaron protagonizando importantes movilizaciones y huelgas que las convirtieron en grandes iconos de la lucha obrera. En 1890, había ya más de 6.300 mujeres trabajando en la Real Fábrica de Tabacos de Madrid.

1945: Franco crea Tabacalera S.A.
En 1887, el estado decidió crear la Compañía Arrendataria de Tabacos, empresa pública que gestionó durante varias décadas el monopolio del tabaco en España. Todo ello, hasta 1945, momento en el que Franco decide sustituirla por Tabacalera S.A, una sociedad mercantil creada por el régimen para controlar la actividad del tabaco y timbre. Tabacalera era un entramado empresarial de diferentes sociedades, públicas, concesionarias y privadas, que abarcaban la producción, transformación, distribución y venta en expendedurías del tabaco y el timbre.

Marcas tan emblemáticas como Ducados, Fortuna y Nobel pertenecían a este entramado. Ducados fue introducida en Tabacalera en 1963 y se caracterizaba por su sabor fuerte e intenso y porque sus consumidores eran en su mayoría hombres. En aquel entonces el mercado estaba dominado por Jean, por lo que Tabacalera aprovechó su influencia para retener dicho tabaco en las aduanas y facilitar la penetración de su propia marca. Con el aumento de mujeres en el mercado laboral, durante los años 60, los cigarrillos negros perdieron popularidad, ya que ellas detestaban el mal olor que dejaban en sus bocas.

Por su parte, Fortuna nació a mediados de los setenta con la ambición de ser un producto refrescante, valiente y novedoso. Gracias al márketing y la publicidad, Fortuna fue durante muchos años la cajetilla más vendida en España. Según Merca2, llegó a vender 845 millones de cajas al año, una cifra que nunca llegó a igualar. La marca consiguió un gran impacto entre los jóvenes y las mujeres españolas y sus ventas llegaron a copar el 34% de la cuota de mercado a las puertas del siglo XXI.

Altadis e Imperial: el ocaso de Tabacalera
A finales de los 90, todo empezó a cambiar. Para el año 1996, Tabacalera era una compañía cotizada con un valor en bolsa de 1200 millones de euros y una ebidta de 130 millones, dependiente casi en exclusiva del mercado doméstico. Por su parte, las ventas en el extranjero no suponían ni el 10% en su cifra de negocio y pronto se iniciaron los trámites para su internacionalización. Así pues, en 1998 Aznar privatiza Tabacalera y ésta, tras fusionarse con la francesa Seita, acabó en 1999 convirtiéndose en Altadis.

A partir de ahí, pasaron otros nueve años hasta que el grupo británico Imperial Tobacco decidió entrar en juego. En el año 2008, la compañía inglesa sacó la chequera y compró Altadis tras lanzar una oferta de 50 euros por acción. Así, Altadis pasó a ser una filial de una multinacional venida a menos por culpa de la entrada en el mercado de marcas baratas que desataron una guerra de precios.

Así, la posición de Altadis se debilitó: pasó de facturar 4.058 millones en 2007 a 547 millones al cierre de 2015, según cuentas del Registro Mercantil. Una situación que se ha mantenido durante los últimos años: durante la última década, afectada por un descenso del consumo y varias leyes antitabaco promovidas por los gobiernos, la filial de Imperial acometió varios ERE, prejubiló a buena parte del personal y cerró, salvo una, todas las fábricas que le quedaban en España. En definitiva, el ocaso de lo que un día fue la gran joya de la corona.
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