En un seminario el ponente colocó una jaula en el suelo, con una gata tricolor de ojos amarillos. A continuación trabajó problemas de predación con un perro tras otro. Independientemente de técnicas o resultados y de la seguridad física que le aportaba la jaula, la gata pasó un muy, muy mal rato. Este es un caso extremo, pero refleja el problema ¿qué está bien hacer “usando” a otros para mejorar el comportamiento de un perro? ¿Basta con ofrecerles seguridad física?

Todos, todísimos, todérrimos los profesionales en algún momento afectamos a sujetos más allá de nuestro clientes y sus perros: desde personas a quienes ver un perro suelto o con una correa larga les puede generar miedo, hasta perros en sus jardines que se sobreexcitan al vernos trabajar en la zona.

Los Otros adquieren importancia crítica cuando consciente y deliberadamente aprovechamos su presencia o conducta -sean perros, personas, gatos o cualesquiera otra especie- para mejorar al perro que tratamos. Pueden verse en una situación incómoda sin necesidad: expuestos a perros impertinentes, reactivos o, simplemente, molestos. Perros sin problemas a quien hacemos interactuar con uno que sí los tiene, también niños jugando en el parque mientras trabajamos a un perro que tiene problemas con ellos…

A veces parece que solo tenemos implicación en el bienestar de los sujetos económicos de la intervención comportamental: el perro que tratamos y las personas que nos contratan, parece que nuestro compromiso empieza y acaba con estos sujetos económicos, olvidando el bienestar de cualquiera que nos sea útil, que pasa a ser un medio.

Nuestro trabajo inevitablemente implica a terceros, tenemos que gestionar su participación, más o menos voluntaria, de forma que vaya más allá de la seguridad. Porque en ocasiones es necesario hacerlo, no podemos entrar en parálisis por precaución y criticar todo desde la inacción.

Tenemos que saber que hacer con Los Otros, y de eso hablamos aquí.