Es muy probable que la dominancia sea el tema más polémico en el entrenamiento canino, el que más militancias a favor y en contra provoca, el que más descalificaciones y enfrentamientos genera, el que más nos divide en bandos irreconciliables.

Hace veinte años Patricia McConnell en “Al otro extremo de la correa” ya hacía bromas -ácidas e inteligentes- sobre las polémicas relacionadas con la existencia/no existencia, utilidad/no utilidad del concepto de dominancia.

Hace diez años Roger Abrantes escribía “El tema de la dominancia se nos ha ido de las manos. Solo hay una cosa más absurda e inútil que molestarse en demostrar que la dominancia existe, y es el intento de demostrar que la dominancia no existe”.

También hace diez años Marc Bekoff decía “El concepto de dominancia no es un mito. Un mito es una historia inventada. El concepto de dominancia ha sido, y sigue siendo, muy importante, pero es malinterpretado y mal utilizado.”

Pese a lo encendido y espinoso del debate, pese a las posturas inflexibles, convencidas de poseer la verdad absoluta, ni es un tema novedoso, ni, desde luego, existe una postura unánime sobre el tema desde la ciencia de base.

¿Por qué año tras año los entrenadores parecen redescubrir y reactivar este combate como algo urgente y protagónico?

¿Qué tiene la dominancia para mantener esta eterna juventud como campo de lucha entre comportamentalistas caninos e incluso entre científicos?

¿Existe o no existe la dominancia? ¿O, en superposición cuántica, existe y no existe a la vez?

En caso de existir ¿es útil en algún sentido para el entrenamiento canino?

En este programa hablo de dominancia, no garantizo respuestas categóricas e inapelables -de hecho, garantizo respuestas ni categóricas ni inapelables-, pero sí una revisión y un análisis consistente y útil sobre el concepto de dominancia, que nos permita entender qué “fantasmas”e inseguridades de los entrenadores caninos toca el tema cada vez que sale.