El ejercicio de la virtud de la fe en la vida cotidiana se traduce en lo que comúnmente se conoce como “visión sobrenatural”, que consiste en ver las cosas, incluso las más corrientes, lo que parece intrascendente, en relación con el plan de Dios sobre cada criatura en orden a su salvación ya la de otros muchos; en acostumbrarse “a andar en los quehaceres cotidianos como mirando al Señor por el rabillo del ojo para ver si es aquélla, realmente, su voluntad, si es aquél el modo como desea que hagamos las cosas; es habituarse a descubrir a Dios a través de las criaturas, a adivinarle tras lo que el mundo llama azar o casualidad, a percibir su huella por doquier” (F. SUAREZ, El sacerdote y su ministerio, p. 194).La vida cristiana, la santidad, no es un revestimiento externo que recubre al cristiano, ignorando lo propiamente humano. De ahí que las virtudes sobrenaturales influyan en las virtudes humanas y hagan del cristiano un hombre honrado, ejemplar en su trabajo y en su familia, lleno de sentido del honor y de la justicia, que se distingue ante los demás hombres por un estilo de conducta en el que destacan la lealtad, la veracidad, la reciedumbre, la alegría...: cuanto hay de verdadero, de honorable, de justo, de íntegro, de amable y de encomiable, tenedlo en estima (Flp 4, 8), recordaba San Pablo a los primeros cristianos de Filipo.La vida de fe del cristiano le lleva, por tanto, a ser un hombre con virtudes humanas, porque hace realidad su fe en sus actuaciones corrientes. No sólo se sentirá movido a realizar un acto de fe al divisar los muros de una iglesia, sino que se dirigirá a su Señor para pedirle luz y ayuda ante un problema laboral o doméstico, a la hora de aceptar una contradicción, ante el dolor o la enfermedad, al ofrecer una alegría, al continuar por amor un trabajo que estaba a punto de abandonar por cansancio; en el apostolado, para pedir las luces de la gracia para esas personas que pretende acercar al sacramento de la Penitencia. Visión sobrenatural cuando no se ven frutos, quizá porque se está realizando la primera labor en aquella alma y “la reja que rotura y abre el surco, no ve la semilla ni el fruto”... (Surco, n. 215). La fe está continuamente en ejercicio, y la esperanza, y la caridad. Ante problemas y obstáculos quizá ya viejos, el Señor nos dice: extiende tu mano... La fe no es una virtud para ejercerla sólo en unas cuantas ocasiones, en los momentos de las prácticas de piedad, sino en el deporte, en la oficina, en medio del tráfico. Mucho menos, como hacen algunos cristianos, que parecen tener reservada la fe para el domingo a la hora de cumplir con el precepto dominical.
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