La loca burbuja económica de los peluches
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Conocemos las burbujas económicas desde hace siglos. Las hemos visto de todo tipo. De repercusión local, como la burbuja Poseidón, en Australia; continentales, como la asiática a finales de los...
show morePara entender esta burbuja hay que comenzar por el principio, muy por el principio. Ty Warner nació en 1944, en Chicago. Hijo de un vendedor de juguetes y una pianista, tuvo una infancia complicada. En los años 60 trató de convertirse en actor, para lo que se trasladó a Los Ángeles.
La experiencia no le sale bien. Sobrevive con trabajos menores, como aparcacoches, o vendiendo cámaras o enciclopedias a puerta fría. Tras cinco años, decide abandonar la ciudad de las estrellas y volver a Chicago. Allí empieza a trabajar en Dakin, una juguetería, en la que precisamente había trabajado su padre.
Se convierte en un gran vendedor. En el mejor de la compañía. Gracias a las comisiones, su salario llegó a superar las seis cifras algunos años. Sus compañeros destacan que tenía una gran intuición para detectar cuáles eran los juguetes que más éxito iban a tener. Pero su aventura acaba mal, porque descubren que está vendiendo productos ajenos a la compañía. Lo despiden de inmediato.
Estamos en el año 1980, y con los ahorros acumulados decide irse a Italia a ver a unos amigos. Le gusta tanto que acaba quedándose allí 3 años, viviendo la vida. Y allí descubre un gato de peluche que no había visto nunca antes.
Con esa idea en la cabeza, vuelve a Chicago. Y en 1986, con sus ahorros, la herencia que le deja su padre y una hipoteca sobre su casa, monta su propia empresa de juguetes, Ty Inc. Y su primer producto, no podía ser de otra forma, es un gato de peluche, que se fabricaba en Corea. Pero para el relleno, en lugar de utilizar la tradicional espuma o algodón, apuesta por bolitas de PVC. Además, les ponía menos relleno del habitual, que podía dar imagen pobre. Hay quien decía que parecía que les había atropellado. Pero en realidad esa fórmula facilitaba que los peluches se quedasen apoyados, lo que aumentaba su realismo.
El resultado fue un éxito. Y en la feria del juguete de Atlanta alquila una mesa, y en tan solo una hora generó ventas por valor de 30.000 dólares. Sabía que tenía un buen producto entre manos.
La empresa va bien. Y en 1993 lanza un nuevo producto, los Beanie Babies, que son versiones del tamaño de la palma de una mano de sus peluches originales. Los vende por 5 dólares, un precio que por entonces se consideraba que solo podía ser para juguetes de mala calidad, basura, por lo que el impacto es aún mayor.
Los presenta en la Feria Mundial del Juguete, en Nueva York. En un primer momento las ventas no arrancan, y hasta hay cadenas que se niegan a venderlos. Pero gracias al boca a boca, su popularidad va creciendo. En Chicago se convierten en todo un fenómeno, que supera incluso a productos de moda como los relacionados con las Tortugas Ninja.
Otro aspecto que ayuda a consolidar su éxito son las etiquetas. Estos pequeños peluches contaban con dos etiquetas, una en forma de corazón, y otra de tela en la parte inferior. La etiqueta colgante tenía un espacio con un "para" y un "de", lo que las hacían perfectas para regalos. A partir de 1996, esas etiquetas incluso incluyen pequeños poemas.
Cuando el éxito se consolida, y ya no solo es local, sino que alcanza a todo Estados Unidos y a parte del extranjero, Warner cambia de estrategia. Porque su objetivo no era conquistar a los niños, sino ganar dinero, hacerse rico. Así, comienza a limitar deliberadamente la producción de estos peluches. Y no solo eso, sino que además no le ofrecía la colección completa de muñecos a ninguna tienda: a unas cadenas les ofrecía unos personajes, y a otras, el resto.
Con esta estrategia, Ty Inc logra su objetivo: convertir un popular juguete para niños en un artículo raro, en un producto para coleccionistas. Y para especuladores. La sensación para los compradores interesados era que el producto estaba siempre agotado, o que era complicadísimo completar la colección.
La escasez se convierte en el elemento clave del modelo de negocio de la compañía. En el momento álgido, llegaron a retirar previamente peluches por valor de 100 millones de dólares, que guardaban en un enorme almacén. Warner era un genio jugando con la oferta y la demanda.
Y así, esos ositos, y otros pequeños animales, que se vendían por 5 dólares en tienda, se revendían fácilmente por 15 dólares. Y después, por cientos. Y en plena ola especulativa, en el mercado secundario se podían vender hasta por miles de dólares.
Las colas en las tiendas cuando se anunciaba la llegada de un nuevo peluche eran enormes. Se veían a adultos pegarse, literalmente, por conseguir los Beanie Bears. La gente de verdad creía que con la revalorización de estos muñecos iba a poder comprarse una casa, o pagar la universidad de sus hijos.
El relato, tan famoso hoy, fue clave también en el éxito de los ositos. Contaba un antiguo directivo de la compañía que la principal virtud de Warner era que "era un maestro en vender mierda inútil a la gente y hacer que pareciera realmente importante".
Tan loco era todo que un coleccionista llegó a comparar a los Beanie Babies con los cuadros de Picasso, para explicar lo que estaba pasando con los precios. "Si el fenómeno continúa creciendo, como creemos que va a pasar, dentro de diez años, los precios impactantes de hoy pueden parecer bajos. También la gente se sorprendió cuando los cuadros de Picasso se vendieron por un millón de dólares, y ahora lo hacen por 25 millones". Una teoría sin fisuras.
La fiebre de los Beanie Babies se vio favorecida por una tecnología recién surgida en aquella época, que fue clave en los precios que alcanzaron estos peluches: Ebay. La plataforma acababa de nacer, y sus éxitos fueron paralelos. En 1997, subasta ositos por valor de 500 millones de dólares. Un año después, el 10% de las ventas totales cerradas en Ebay son los famosos ositos de peluche.
La llegada de la plataforma, y los muchos novatos que accedieron al mundo de las subastas, también colaboró al artificial incremento de los precios de los peluches. Desconocían el mercado, desconocían el sistema, y acababan pagando miles de dólares.
Otro momento cumbre se vivió en 1997, cuando Ty Inc se alió con McDonald's para lanzar una edición especial llamada Tennie Beanis, para celebrar el aniversario del nacimiento del Happy Meal. Vendieron 100 millones en diez días. Cuenta la leyenda que los mendigos dejaron de pasar hambre por la cantidad de hamburguesas que les donaba la gente. No querían la comida, solo el peluche.
El éxito y el dinero que estaban moviendo, por supuesto, también se tradujo en un incremento de delitos relacionados con estos peluches. Contaba un reportaje del New York Times de 1998 que en aquellos meses se habían disparado la presencia de falsificaciones; las estafas, que también se valían del inicial auge de internet; el contrabando, los robos... Contaba un vendedor de una tienda de Los Ángeles, atracado a punta de pistola, que el ladrón ni miró la caja registradora, que lo único que se llevó fueron... 40 ositos de peluche. Lo más grave es que incluso hay documentado un caso de asesinato. Se produjo en Virginia Occidental, después de que un hombre disparase a un excompañero de trabajo, presuntamente por una deuda relacionada con los Beanie Babies.
Aquel 1998 los analistas ya eran conscientes de que había una burbuja con estos peluches, que los precios no tenían sentido ni estaban justificados. Ty Inc registró ventas aquel año por valor de 1.000 millones de dólares. Aún así, y a pesar de las advertencias, en 1999 las ventas siguieron creciendo.
Como en toda burbuja, hay personas que llegaron a ganar millones de dólares especulando. Y como toda burbuja, estalló. ¿Qué pasó? Todo estalló una noche de 1999. Ty Inc anunció que iba a dejar de producir algunos de peluches. Y no pasó nada. El mercado secundario no se movió, las subastas en Ebay no cambiaron... el valor no subió.
Recuerda Zac Bissonenette, experto en este fenómeno, en su libro 'The Great Beanie Baby Bubble', que las burbujas se basan en una subida de precios constante, y que una vez que desacelera, colapsa. En 1999, todas las personas que querían ser coleccionistas de Beanie babbies ya lo eran. La demanda no iba a seguir creciendo. Y los precios no iban a subir más.
Los coleccionistas entraron en pánico, y corrieron a Ebay a poner a la venta todos sus peluches antes de que empezasen a bajar de precio. Pero era tarde. Inundaron la plataforma de ositos, creando un superávit masivo. Su valor se hundió.
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Author | elEconomista |
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