Terminame! Terminame! Terminame!
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“Surgen de penumbra los pensamientos más vastos. Damos pasos en la tenue luz y muchas veces actuamos contra nosotros mismos” Rodin. Tenía los pensamientos, pero no podía evitar confundirse con...
show moreTenía los pensamientos, pero no podía evitar confundirse con cada día que pasaba. Armaba planes y estrategias que rara vez cumplía, como si lo único que fuera capaz de llevar adelante fuera el sabotaje. Venía dejando de lado lo que quería hacer, buscaba en internet mil veces la palabra “procrastinar” y cada búsqueda lo conducía a horas de navegación que sólo lo hacían perder el tiempo. Internet era su mejor aliado para escapar de la responsabilidad.
Pero ella siempre estaba ahí mirándolo con un solo ojo sano. Se levantaba a la mañana y se ponía a desayunar y no podía evitar sentirse incómodo, observado por ella. Si prendía la tele como para ver qué había ocurrido en el mundo, podía percibir cómo era juzgado por su pérdida de tiempo. Ella parada en el centro de la sala, lo observaba. A veces la tapaba con una tela para no sentir su presencia maléfica. La estatua estaba omnipresente sólo como Dios puede estarlo en la vida de los creyentes. Llamarla estatua era mucho, porque casi en un 80% era un cuadrado de mármol, pero la estatua parecía tener conciencia de estatua. Se erguía y le reclamaba todo el tiempo: “ ¡Terminame! ¡Terminame! ¡Terminame!-” con la voz de un gigante, una voz gruesa que le retumbaba en el interior de su cabeza, una voz potente que le llenaba el pecho de angustia. No es que fuera una pieza muy imponente, el material todo no llegaba a los 25 centimetros, pero estaba allí constantemente acechándolo. De noche tenía pesadillas y se preguntaba si realmente quería eso, si realmente quería convertirse en un escultor; entonces se sentía culpable. Demasiados años estudiando para ponerse a dudar ahora. Otras veces se encontraba pensando: “¿quién esculpe hoy en día?”, como si por el solo hecho de que nadie ya se bate a duelo el honor halla dejado de ser algo importante. “ ¡Terminame! ¡Terminame! ¡Terminame!- escuchaba cuando tenía que salir del departamento por alguna obligación o por las simples ganas de salir a dar una vuelta. Algunas veces guardaba en secreto el agobio que le significaba la presencia de esa infame estatua.
-¡Terminame! ¡Terminame! ¡Terminame!-
Trazaba infinitos y complicados planes tratando de abrir huecos en la agenda. Abría cantidad de agendas especiales. Colgaba frases motivadoras en la heladera. Se juraba ir a dormir temprano y levantarse temprano para atacar con buen ánimo su responsabilidad como escultor, pero todo era inútil, y cada vez se sentía más ahogado.“ ¡Terminame! ¡Terminame! ¡Terminame!- Pero hoy era el día. Esa tarde a las 16 horas nada se interpondrá entre la estatuilla y él. Se dedicaría a pleno. Las cartas que Vincent Van Gogh había escrito a su hermano lo habían puesto de ánimo para trabajar. Ese libro lo había impresionado mucho. Lo había leído hace muchísimos años, en su adolescencia, porque hacía años que ya no leía, incapaz de concentrarse. En algunos momentos pensaba que la culpa era de esta época, de esta época donde ya nadie se concentra. Y otra vez aparecía el fantasma que lo obligaba a pensar ¿quién esculpe hoy en día?. Pero esa tarde con toda la puntualidad del mundo se calzó el delantal, metió en el bolsillo sus tres cinceles preferidos, tomó la masa y miró a la inconclusa como a una amiga a la cual se le debe un favor. -Hoy vos y yo vamos a aclarar las cuentas .- Se lo dijo para así con amor. Se paró con las piernas un poco entreabiertas cómo se para Cristiano Ronaldo antes de tirar un tiro libre y se dijo: -Ahora!, Ahi voy!.- Miró el mármol que le pareció más blanco y luminoso que nunca y se concentró en la media cara sin terminar para intentar deslumbrarse, para intentar percibir la forma que había debajo. Recordó la frase de su profesor preferido, Andreotti su profesor de primer año, “Deje que el material le hable”. Casi pudo ver a su profesor parado cerca de la ventana. Sintió cierta emoción, sintió que se conectaba finalmente y se decidió dar el primer golpecito aunque fuera equivocado, no importaba, ya en esa tarde se convertiría en escultor en cuerpo y alma. Levantó la masa, apoyo del cincel y el teléfono sonó. Miró incrédulo, “Ale3” era el nombre del contacto. No sabía quién era. Tenía la costumbre de archivar los contactos del teléfono como el orto y lo mismo hacía con los archivos en la computadora, nombres que no le representaban nada y que tenía que hacer un esfuerzo titánico para recordar porque los había elegido. La llamada terminó. Volvió a concentrarse en su trabajo pero todo se vino abajo como un castillo de naipes, por más que nunca había armado un castillo de naipes. Un pensamiento llevó al siguiente y al siguiente, y al siguiente. “Ale3”. “m Ale” es Alejandro, 3 era el piso. Era Alejandro del tercero. Ahí cayó en la cuenta de que a las 16 tenía una reunión de consorcio. Nunca iba a las reuniones del consorcio. Esta vez no podía no presentarse. Eran solo cinco dueños. Alberto que tenía el departamento 1 y 2, la gorda del cuarto, el puto del sexto, y el cheto del tercero. El cheto del tercero y el puto del sexto, insistían desde hace meses con construir un quincho en la terraza, la terraza de un edificio de más de 100 años, una terraza que a todas luces no estaba preparada para recibir el fragor de la batalla de un asado cada domingo, pero ellos insistían y la votación había estado 3 contra 2 y necesitaban que él fuera y se presentará para desempatar o para hacer ganar la partida al propietario del depto 1 y 2 y a la gorda del cuarto. La gorda le pidió encarecidamente que fuera y lo convenció de votar en contra del quincho.
Apretó el cincel en una mano y alzó el martillo con la otra, y se dijo: “de acá no me muevo”. la proto mujer aun encerrada en el mármol, lo veía dudar, y le susurró “sos un inútil, nunca me vas a terminar. No me vas a terminar. Sos indigno de tocar mí blanca piel”. Ese sentimiento lo torturaba, si bien le había costado definirse si quería continuar auto llamándose escultor, sabían perfectamente que no quería ir a esa puta reunión de consorcio. Apoyo el cincel seguro de que iba a dar un golpe equivocado y que después iba a tener que invertir tiempo para poder repararlo, pero no le importó, ya nada se interpondría. “-Inutil”. Gatillo ella una vez más. Levantó la masa y en ese instante, golpearon a la puerta. El timbre no funcionaba hacía meses. Golpeaban insistentemente. Era un departamento esos antiguos con puerta de vidrio, por lo tanto si se movía, verían la sombra de su cuerpo, como él podía verlos a ellos parados en el pasillo. Era claro, ese bodoque era la gorda del cuarto, el petiso pelado era Francisco del primero y el segundo, el más alto era el puto del sexto, y la cabeza que se movía de atrás con papeles en la mano era el Cheto del tercero. -Nunca me vas a terminar.- Volvió a escuchar, pero no podía hacer nada. Se acercó a la puerta y de mala gana la abrió. La gorda le dijo: -pensamos que era mejor hacer la reunión acá.-
Casi sin pedir permiso, todos se acomodaron entre el pasillo y el hall del departamento, y comenzó la batalla por el quincho de la terraza. A modo de disculpa echó una mirada pero ella lucía fría, blanca, distante. “Sos un inútil” dijo y lo hizo sangrar. Podía sentir la sangre corriendo por el cincel, por el martillo, por el delantal que aún llevaba puesto. La reunión llegó a un clímax de gritos que lo ensordecían. Volvió a mirarla y pudo vislumbrar toda la forma que contenía. Desapareció todo lo que era mármol, quedó solo lo que era estatua. Jadeo -Te prometo…- Ella rió y la honda carcajada resonó en su pecho haciéndolo contemplar los restos de la reunión de consorcio. El craneo del puto del sexto abierto de par en par; la cara destrozada del cheto del tercero; Francisco que embadurnaba de sangre las paredes del pasillo buscando la salida, la gorda del cuarto que ya habia dejado de respirar. Soltó la maza y el cincel, contempló el delantal, y se maravilló con la luz que entraba por la ventana, envolviendola a ella, blanca, radiante, infernal.
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Author | Sergio Souza |
Organization | Sergio Souza |
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