Corintios-095 Los creyentes de Corinto
May 27, 2024 ·
8m 40s
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Las próximas dos cartas que encontramos en el Nuevo Testamento van dirigidas a los creyentes de Corinto. Pablo les escribió con aprecio y en confianza, deseando que ellos pudieran, al...
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Las próximas dos cartas que encontramos en el Nuevo Testamento van dirigidas a los creyentes de Corinto. Pablo les escribió con aprecio y en confianza, deseando que ellos pudieran, al igual que los creyentes de Roma, vivir la vida cristiana en santidad, agradando a Dios.
En Hechos 18 leíamos cómo Pablo llegó a Corinto para compartir el evangelio de Cristo, y estuvo trabajando con Aquila y Priscila fabricando tiendas al mismo tiempo que predicaba el evangelio en la sinagoga. La semilla del evangelio en Corinto brotó y creció, de modo que Pablo escribió esta carta desde Éfeso a la iglesia que estaba en Corinto para alentarlos y guiarlos en su vida cristiana. En las referencias y salutaciones de la carta vemos que saluda a los que conoció en Corinto mientras estaba allí, y envía saludos de algunos que Pablo había conocido en Corinto y estaban ahora con él en Éfeso, como es el caso de Aquila, Priscila y un tal Sóstenes. Pablo comienza la carta diciendo que tiene a su lado al “hermano Sóstenes.” Lo llama hermano porque este había llegado a creer en Cristo como su Salvador personal, y había llegado a formar parte de la familia de la fe. Parece ser que cuando Crispo, principal de la sinagoga de Corinto se había convertido al evangelio de Jesucristo, Sóstenes tomó su puesto como principal de la sinagoga, y al parecer, poco tiempo después, Sóstenes también había creído en Cristo. Por este motivo, habría tenido que dejar su puesto como principal de la sinagoga, y ahora se encontraba en Éfeso con Pablo.
¿Quienes eran los creyentes a los que Pablo dirige esta carta? El apóstol los saluda con estas preciosas palabras:
“A la iglesia de Dios que está en Corinto, a los santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos con todos los que en cualquier lugar invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo, Señor de ellos y nuestro: Gracia y paz a vosotros, de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo.”
Corinto era una ciudad costera, cosmopolita, y con mucha actividad comercial. Era también conocida por el culto a muchas divinidades, entre ellas la diosa Afrodita, a la cual ofrecían culto por medio prácticas obscenas.
Lo cierto es que los creyentes que vivían en Corinto no eran muy diferentes de cualquier creyente en una ciudad de las de ahora, y Pablo lo dice en este texto, “llamados a ser santos, con todos los que en cualquier lugar invocan el nombre de Cristo.” No era fácil brillar en un lugar de oscuridad moral; sin embargo, la luz en la oscuridad puede ser incluso más evidente que en la penumbra o que en la luz del día.
Pablo había ido a Corinto a compartir la Palabra de Dios. Dice en los primeros versículos del capítulo 2: “Así que, hermanos, cuando fui a vosotros para anunciaros el testimonio de Dios, no fui con excelencia de palabras o de sabiduría. Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado.” Pablo no llegó a Corinto como guerrero ni como erudito, sino que vino a ellos compartiendo el mensaje del evangelio: Cristo fue crucificado para salvar al mundo de su pecado y resucitó el tercer día sellando la victoria sobre la muerte. Él compartió la Palabra, y dejó que Dios obrara a través de su Espíritu. Este es el que nos muestra la verdad, enseñándonos el carácter de Dios. Aquellos que hemos invitado al Espíritu Santo a morar en nuestras vidas, como dice el versículo 16 “tenemos la mente de Cristo.”
Como ya vimos en Romanos, cuando vemos el mundo como Dios lo ve, y vemos al prójimo como Dios lo ve, las contiendas sobran. Pablo trata en esta carta con los que contendían con otros en base a la persona que les había predicado el evangelio y a quien seguían. Algunos se identificaban con Pablo, otros con Apolos, y otros con Cefas, que es Pedro. Pero debían fijar sus ojos en el autor de la salvación y no en el que traía el mensaje. Vemos en el capítulo 4 que Pablo y Apolos habían hablado de este problema, entendiendo ambos que de ellos no provenía la salvación, sino que toda honra y gloria debe ir a Cristo. En el 3:6-7 dice: Yo planté, Apolos regó; pero el crecimiento lo ha dado Dios. Así que ni el que planta es algo, ni el que riega, sino Dios, que da el crecimiento.” Y en el 1:13 pregunta: ¿Acaso está dividido Cristo? ¿Fue crucificado Pablo por vosotros? ¿O fuisteis bautizados en el nombre de Pablo? Pablo deja claro que el fundamento de la fe es Cristo. Y en el versículo 9 afirma: “Fiel es Dios, por el cual fuisteis llamados a la comunión con su Hijo Jesucristo nuestro Señor.”
Pablo se identifica en el capítulo 4 como servidor de Cristo, y cada uno que lleva la Palabra a otros somos servidores de Cristo, meros administradores, y los administradores, afirma el apóstol, deben mantenerse fieles, porque Cristo viene, “y manifestará las intenciones de los corazones,” como leemos en el versículo 5.
Si eres una creyente en un entorno de penumbra o de plena oscuridad, pídele a Dios que la luz del evangelio brille a través de ti, para que otros vean a Cristo.
Es necesario que nos examinemos a nosotras mismas, para asegurarnos que somos fieles administradoras de la gracia de Dios. Quizá debemos preguntarnos: ¿Vivo mi vida para Dios, o estoy siguiendo a una persona, a una asociación, o a una religión? Debemos estar agradecidos por aquellos que nos han presentado a Cristo y nos enseñan el camino de Dios. Gracias a Dios por administradores fieles que sufren para que otros conozcan a Cristo. Pero no debemos despistarnos; Cristo es el que da la salvación, y no una afiliación a cualquier entidad humana. El evangelio es la verdad de Dios para salvación a todo aquel que cree, y esa salvación no puede darla ni Pablo, ni Apolo, ni Pedro, ni ningún otro. Solo Cristo salva.
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En Hechos 18 leíamos cómo Pablo llegó a Corinto para compartir el evangelio de Cristo, y estuvo trabajando con Aquila y Priscila fabricando tiendas al mismo tiempo que predicaba el evangelio en la sinagoga. La semilla del evangelio en Corinto brotó y creció, de modo que Pablo escribió esta carta desde Éfeso a la iglesia que estaba en Corinto para alentarlos y guiarlos en su vida cristiana. En las referencias y salutaciones de la carta vemos que saluda a los que conoció en Corinto mientras estaba allí, y envía saludos de algunos que Pablo había conocido en Corinto y estaban ahora con él en Éfeso, como es el caso de Aquila, Priscila y un tal Sóstenes. Pablo comienza la carta diciendo que tiene a su lado al “hermano Sóstenes.” Lo llama hermano porque este había llegado a creer en Cristo como su Salvador personal, y había llegado a formar parte de la familia de la fe. Parece ser que cuando Crispo, principal de la sinagoga de Corinto se había convertido al evangelio de Jesucristo, Sóstenes tomó su puesto como principal de la sinagoga, y al parecer, poco tiempo después, Sóstenes también había creído en Cristo. Por este motivo, habría tenido que dejar su puesto como principal de la sinagoga, y ahora se encontraba en Éfeso con Pablo.
¿Quienes eran los creyentes a los que Pablo dirige esta carta? El apóstol los saluda con estas preciosas palabras:
“A la iglesia de Dios que está en Corinto, a los santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos con todos los que en cualquier lugar invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo, Señor de ellos y nuestro: Gracia y paz a vosotros, de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo.”
Corinto era una ciudad costera, cosmopolita, y con mucha actividad comercial. Era también conocida por el culto a muchas divinidades, entre ellas la diosa Afrodita, a la cual ofrecían culto por medio prácticas obscenas.
Lo cierto es que los creyentes que vivían en Corinto no eran muy diferentes de cualquier creyente en una ciudad de las de ahora, y Pablo lo dice en este texto, “llamados a ser santos, con todos los que en cualquier lugar invocan el nombre de Cristo.” No era fácil brillar en un lugar de oscuridad moral; sin embargo, la luz en la oscuridad puede ser incluso más evidente que en la penumbra o que en la luz del día.
Pablo había ido a Corinto a compartir la Palabra de Dios. Dice en los primeros versículos del capítulo 2: “Así que, hermanos, cuando fui a vosotros para anunciaros el testimonio de Dios, no fui con excelencia de palabras o de sabiduría. Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado.” Pablo no llegó a Corinto como guerrero ni como erudito, sino que vino a ellos compartiendo el mensaje del evangelio: Cristo fue crucificado para salvar al mundo de su pecado y resucitó el tercer día sellando la victoria sobre la muerte. Él compartió la Palabra, y dejó que Dios obrara a través de su Espíritu. Este es el que nos muestra la verdad, enseñándonos el carácter de Dios. Aquellos que hemos invitado al Espíritu Santo a morar en nuestras vidas, como dice el versículo 16 “tenemos la mente de Cristo.”
Como ya vimos en Romanos, cuando vemos el mundo como Dios lo ve, y vemos al prójimo como Dios lo ve, las contiendas sobran. Pablo trata en esta carta con los que contendían con otros en base a la persona que les había predicado el evangelio y a quien seguían. Algunos se identificaban con Pablo, otros con Apolos, y otros con Cefas, que es Pedro. Pero debían fijar sus ojos en el autor de la salvación y no en el que traía el mensaje. Vemos en el capítulo 4 que Pablo y Apolos habían hablado de este problema, entendiendo ambos que de ellos no provenía la salvación, sino que toda honra y gloria debe ir a Cristo. En el 3:6-7 dice: Yo planté, Apolos regó; pero el crecimiento lo ha dado Dios. Así que ni el que planta es algo, ni el que riega, sino Dios, que da el crecimiento.” Y en el 1:13 pregunta: ¿Acaso está dividido Cristo? ¿Fue crucificado Pablo por vosotros? ¿O fuisteis bautizados en el nombre de Pablo? Pablo deja claro que el fundamento de la fe es Cristo. Y en el versículo 9 afirma: “Fiel es Dios, por el cual fuisteis llamados a la comunión con su Hijo Jesucristo nuestro Señor.”
Pablo se identifica en el capítulo 4 como servidor de Cristo, y cada uno que lleva la Palabra a otros somos servidores de Cristo, meros administradores, y los administradores, afirma el apóstol, deben mantenerse fieles, porque Cristo viene, “y manifestará las intenciones de los corazones,” como leemos en el versículo 5.
Si eres una creyente en un entorno de penumbra o de plena oscuridad, pídele a Dios que la luz del evangelio brille a través de ti, para que otros vean a Cristo.
Es necesario que nos examinemos a nosotras mismas, para asegurarnos que somos fieles administradoras de la gracia de Dios. Quizá debemos preguntarnos: ¿Vivo mi vida para Dios, o estoy siguiendo a una persona, a una asociación, o a una religión? Debemos estar agradecidos por aquellos que nos han presentado a Cristo y nos enseñan el camino de Dios. Gracias a Dios por administradores fieles que sufren para que otros conozcan a Cristo. Pero no debemos despistarnos; Cristo es el que da la salvación, y no una afiliación a cualquier entidad humana. El evangelio es la verdad de Dios para salvación a todo aquel que cree, y esa salvación no puede darla ni Pablo, ni Apolo, ni Pedro, ni ningún otro. Solo Cristo salva.
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Author | David y Maribel |
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