Jonás-159 Jonás, la historia de un profeta rebelde
Aug 18, 2023 ·
9m 32s
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Jonás es un personaje con el que mucha gente está familiarizado. Curiosamente, hay quien confunde su historia con la de Pinocho, quizás porque el famoso personaje animado por Disney pasó...
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Jonás es un personaje con el que mucha gente está familiarizado. Curiosamente, hay quien confunde su historia con la de Pinocho, quizás porque el famoso personaje animado por Disney pasó su tiempo dentro de un gran pez. Sin embargo, y obviamente, la historia del profeta es real, y ocurrió muchos siglos antes de que se inventara este curioso personaje mentiroso y rebelde hecho de madera.
El libro de Jonás se diferencia de los otros libros proféticos en que este, en lugar de comunicar el mensaje de Dios a un grupo determinado de gente, nos muestra la reacción del profeta ante la misión que Dios le dio.
El libro comienza con las palabras de Dios a Jonás: “Levántate y ve a Nínive, aquella gran ciudad, y pregona contra ella; porque ha subido su maldad delante de mí.”
Ante estas pocas palabras, Jonás reaccionó huyendo en la dirección contraria. Mientras Dios le enviaba a Asiria, Jonás subió a bordo de un barco que iba a Tarsis, lugar que se cree que se encontraba en la costa sur de lo que hoy es España.
Al principio, el texto no nos dice por qué huyó Jonás, pero nos dice que quería irse “lejos de la presencia de Dios.” (1:3)
Mientras cruzaban el mar Mediteráneo, se desató una gran tormenta. Dios envió tal tempestad que parecía que el barco se iba a partir, y los marineros comenzaron a echar enseres al mar y a rogar a sus dioses. Estos hombres no adoraban al Dios de los hebreos; servían a dioses paganos.
“Jonás había bajado al interior de la nave, y se había echado a dormir. Y el patrón de la nave se le acercó y le dijo: ¿Qué tienes, dormilón? Levántate, y clama a tu Dios; quizá él tendrá compasión de nosotros, y no pereceremos.”
Estos marineros estaban desesperados. Sus dioses no parecían estar escuchando o contestando sus oraciones. Parece ser que Jonás no reaccionó, por lo que los marineros echaron suertes que les revelaran quién era el causante de lo que estaba ocurriendo, y curiosamente la suerte cayó en Jonás. Estos lo sacaron y le preguntaron quién era y de dónde venía.
“Y él les respondió: Soy hebreo, y temo a Jehová, Dios de los cielos, que hizo el mar y la tierra.” Jonás 1:9 Y les dijo que huía del Dios al que acababa de describir.
Los marineros se asustaron, pues entendían la gravedad de la osadía de huir del Dios que había creado, como Jonás les había dicho, la tierra y el mar. Si Jonás de verdad temía a este Dios, ¿por qué había subido a un barco que debía cruzar todo el mar? ¿No pensó que el Dios que todo lo hizo también lo controlaba todo? Jonás no había mostrado por sus acciones que conociera a Dios o que en verdad lo temiera.
Como el mar seguía agitándose, los marineros preguntaron a Jonás: “¿Qué haremos contigo para que el mar se nos aquiete?” Y Jonás contestó: “Tomadme y echadme al mar, y el mar se os aquietará; porque yo sé que por mi causa ha venido esta gran tempestad sobre vosotros.”
Nos dice el texto que estos marineros, por no querer echarlo al mar, trataron por todos los medios de controlar el barco. “Y aquellos hombres trabajaron para hacer volver la nave a tierra; mas no pudieron, porque el mar se iba embraveciendo más y más contra ellos. Entonces clamaron a Jehová y dijeron: Te rogamos ahora, Jehová, que no perezcamos nosotros por la vida de este hombre, ni pongas sobre nosotros la sangre inocente; porque tú, Jehová, has hecho como has querido. Y tomaron a Jonás, y lo echaron al mar; y el mar se aquietó de su furor.” Jonás 1:13-15
Estos marineros, al oír del Dios que Jonás les presentó, le suplicaron que les perdonara por lo que iban a hacer. Habiendo visto lo ocurrido, nos dice el texto: que temieron a Dios y ofrecieron sacrificio, haciendo votos a Dios.
¿Ves la diferencia entre Jonás y estos hombres? Jonás decía que temía a Dios, pero sus acciones mostraban lo contrario. Estos hombres, que subieron al barco sin conocer a Dios estaban ahora de rodillas, ofreciendo sacrificio y haciendo votos ante el creador del mar y de la tierra. Jonás tenía graves problemas. No eran que acababan de echarlo al mar; después de todo, él mismo lo había pedido a los marineros para ver si de ese modo se libraba de Dios y de la misión de ir a los de Nínive. Sin embargo, Dios no había acabado con Jonás. Este todavía no había confesado el motivo de su huída, pero era obvio que tenía asuntos que arreglar.
Cuando Jonás se hundía en el mar, pensó que se moría. Describe su situación en el capítulo dos: “Las aguas me rodearon hasta el alma, Rodeóme el abismo; El alga se enredó a mi cabeza. Descendí a los cimientos de los montes; La tierra echó sus cerrojos sobre mí para siempre; mas tú sacaste mi vida de la sepultura.” (2:5-6) Jonás desfallecía, y Dios lo rescató.
Dios envió un gran pez que tragara a Jonás vivo. Y fue ahí, dentro del pez, que Jonás se dio cuenta de la misericordia que Dios había tenido con él. Jonás confiesa: “Cuando mi alma desfallecía en mí, me acordé de Jehová, Y mi oración llegó hasta ti en tu santo templo.Los que siguen vanidades ilusorias, Su misericordia abandonan. Mas yo con voz de alabanza te ofreceré sacrificios; Pagaré lo que prometí.” (2:7-9)
Dios no le pidió explicaciones, ni tampoco le dio ninguna. Simplemente hizo que el pez lo vomitara en la playa. Ahora Jonás demostraría si de veras estaba comprometido con Dios.
Jonás fue a Nínive, y dio el mensaje de Dios al pueblo. No se esmeró en presentar el plan de Dios para la redención. Se limitó a hacer lo mínimo, advertirles de la destrucción que les venía: “De aquí a cuarenta días Nínive será destruida.” (Jonás 3:4)
Y para sorpresa de Jonás y de cualquiera que conociera a los asirios, “los hombres de Nínive creyeron a Dios, y proclamaron ayuno, y se vistieron de cilicio desde el mayor hasta el menor de ellos. No solo esto, sino que “llegó la noticia hasta el rey de Nínive, y se arrepintió este, “e hizo proclamar y anunciar en Nínive, por mandato del rey y de sus grandes, diciendo: Hombres y animales, bueyes y ovejas, no gusten cosa alguna; no se les dé alimento, ni beban agua; sino cúbranse de cilicio hombres y animales, y clamen a Dios fuertemente; y conviértase cada uno de su mal camino, de la rapiña que hay en sus manos. ¿Quién sabe si se volverá y se arrepentirá Dios, y se apartará del ardor de su ira, y no pereceremos?” (3:6-9)
Y Dios no trajo la destrucción sobre este pueblo arrepentido. El justo y buen Dios estaba dispuesto a darles la oportunidad de cambiar su rumbo.
¿Te has fijado? El Dios misericordioso dispuso que los marineros pudieran conocerlo
de camino a Tarsis, dio otra oportunidad a Jonás, y trajo la salvación al pueblo arrepentido de Nínive. A pesar de la desobediencia de Jonás, la obra de Dios se extendió en muchas direcciones. Me pregunto lo que los marineros contaron cuando llegaron a su destino. Seguramente otros pudieron conocer al Dios que creó el mar y la tierra. Y es que nada ni nadie puede estropear la obra redentora de Dios, ni siquiera un profeta rebelde, porque Dios es sobre todas las cosas. A Él sea la gloria.
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El libro de Jonás se diferencia de los otros libros proféticos en que este, en lugar de comunicar el mensaje de Dios a un grupo determinado de gente, nos muestra la reacción del profeta ante la misión que Dios le dio.
El libro comienza con las palabras de Dios a Jonás: “Levántate y ve a Nínive, aquella gran ciudad, y pregona contra ella; porque ha subido su maldad delante de mí.”
Ante estas pocas palabras, Jonás reaccionó huyendo en la dirección contraria. Mientras Dios le enviaba a Asiria, Jonás subió a bordo de un barco que iba a Tarsis, lugar que se cree que se encontraba en la costa sur de lo que hoy es España.
Al principio, el texto no nos dice por qué huyó Jonás, pero nos dice que quería irse “lejos de la presencia de Dios.” (1:3)
Mientras cruzaban el mar Mediteráneo, se desató una gran tormenta. Dios envió tal tempestad que parecía que el barco se iba a partir, y los marineros comenzaron a echar enseres al mar y a rogar a sus dioses. Estos hombres no adoraban al Dios de los hebreos; servían a dioses paganos.
“Jonás había bajado al interior de la nave, y se había echado a dormir. Y el patrón de la nave se le acercó y le dijo: ¿Qué tienes, dormilón? Levántate, y clama a tu Dios; quizá él tendrá compasión de nosotros, y no pereceremos.”
Estos marineros estaban desesperados. Sus dioses no parecían estar escuchando o contestando sus oraciones. Parece ser que Jonás no reaccionó, por lo que los marineros echaron suertes que les revelaran quién era el causante de lo que estaba ocurriendo, y curiosamente la suerte cayó en Jonás. Estos lo sacaron y le preguntaron quién era y de dónde venía.
“Y él les respondió: Soy hebreo, y temo a Jehová, Dios de los cielos, que hizo el mar y la tierra.” Jonás 1:9 Y les dijo que huía del Dios al que acababa de describir.
Los marineros se asustaron, pues entendían la gravedad de la osadía de huir del Dios que había creado, como Jonás les había dicho, la tierra y el mar. Si Jonás de verdad temía a este Dios, ¿por qué había subido a un barco que debía cruzar todo el mar? ¿No pensó que el Dios que todo lo hizo también lo controlaba todo? Jonás no había mostrado por sus acciones que conociera a Dios o que en verdad lo temiera.
Como el mar seguía agitándose, los marineros preguntaron a Jonás: “¿Qué haremos contigo para que el mar se nos aquiete?” Y Jonás contestó: “Tomadme y echadme al mar, y el mar se os aquietará; porque yo sé que por mi causa ha venido esta gran tempestad sobre vosotros.”
Nos dice el texto que estos marineros, por no querer echarlo al mar, trataron por todos los medios de controlar el barco. “Y aquellos hombres trabajaron para hacer volver la nave a tierra; mas no pudieron, porque el mar se iba embraveciendo más y más contra ellos. Entonces clamaron a Jehová y dijeron: Te rogamos ahora, Jehová, que no perezcamos nosotros por la vida de este hombre, ni pongas sobre nosotros la sangre inocente; porque tú, Jehová, has hecho como has querido. Y tomaron a Jonás, y lo echaron al mar; y el mar se aquietó de su furor.” Jonás 1:13-15
Estos marineros, al oír del Dios que Jonás les presentó, le suplicaron que les perdonara por lo que iban a hacer. Habiendo visto lo ocurrido, nos dice el texto: que temieron a Dios y ofrecieron sacrificio, haciendo votos a Dios.
¿Ves la diferencia entre Jonás y estos hombres? Jonás decía que temía a Dios, pero sus acciones mostraban lo contrario. Estos hombres, que subieron al barco sin conocer a Dios estaban ahora de rodillas, ofreciendo sacrificio y haciendo votos ante el creador del mar y de la tierra. Jonás tenía graves problemas. No eran que acababan de echarlo al mar; después de todo, él mismo lo había pedido a los marineros para ver si de ese modo se libraba de Dios y de la misión de ir a los de Nínive. Sin embargo, Dios no había acabado con Jonás. Este todavía no había confesado el motivo de su huída, pero era obvio que tenía asuntos que arreglar.
Cuando Jonás se hundía en el mar, pensó que se moría. Describe su situación en el capítulo dos: “Las aguas me rodearon hasta el alma, Rodeóme el abismo; El alga se enredó a mi cabeza. Descendí a los cimientos de los montes; La tierra echó sus cerrojos sobre mí para siempre; mas tú sacaste mi vida de la sepultura.” (2:5-6) Jonás desfallecía, y Dios lo rescató.
Dios envió un gran pez que tragara a Jonás vivo. Y fue ahí, dentro del pez, que Jonás se dio cuenta de la misericordia que Dios había tenido con él. Jonás confiesa: “Cuando mi alma desfallecía en mí, me acordé de Jehová, Y mi oración llegó hasta ti en tu santo templo.Los que siguen vanidades ilusorias, Su misericordia abandonan. Mas yo con voz de alabanza te ofreceré sacrificios; Pagaré lo que prometí.” (2:7-9)
Dios no le pidió explicaciones, ni tampoco le dio ninguna. Simplemente hizo que el pez lo vomitara en la playa. Ahora Jonás demostraría si de veras estaba comprometido con Dios.
Jonás fue a Nínive, y dio el mensaje de Dios al pueblo. No se esmeró en presentar el plan de Dios para la redención. Se limitó a hacer lo mínimo, advertirles de la destrucción que les venía: “De aquí a cuarenta días Nínive será destruida.” (Jonás 3:4)
Y para sorpresa de Jonás y de cualquiera que conociera a los asirios, “los hombres de Nínive creyeron a Dios, y proclamaron ayuno, y se vistieron de cilicio desde el mayor hasta el menor de ellos. No solo esto, sino que “llegó la noticia hasta el rey de Nínive, y se arrepintió este, “e hizo proclamar y anunciar en Nínive, por mandato del rey y de sus grandes, diciendo: Hombres y animales, bueyes y ovejas, no gusten cosa alguna; no se les dé alimento, ni beban agua; sino cúbranse de cilicio hombres y animales, y clamen a Dios fuertemente; y conviértase cada uno de su mal camino, de la rapiña que hay en sus manos. ¿Quién sabe si se volverá y se arrepentirá Dios, y se apartará del ardor de su ira, y no pereceremos?” (3:6-9)
Y Dios no trajo la destrucción sobre este pueblo arrepentido. El justo y buen Dios estaba dispuesto a darles la oportunidad de cambiar su rumbo.
¿Te has fijado? El Dios misericordioso dispuso que los marineros pudieran conocerlo
de camino a Tarsis, dio otra oportunidad a Jonás, y trajo la salvación al pueblo arrepentido de Nínive. A pesar de la desobediencia de Jonás, la obra de Dios se extendió en muchas direcciones. Me pregunto lo que los marineros contaron cuando llegaron a su destino. Seguramente otros pudieron conocer al Dios que creó el mar y la tierra. Y es que nada ni nadie puede estropear la obra redentora de Dios, ni siquiera un profeta rebelde, porque Dios es sobre todas las cosas. A Él sea la gloria.
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