Rob Halford se confiesa
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Recuerdo a mis trece, catorce años aprendiendo de música y de Heavy Metal que Judas Priest para ese momento sonaba viejo a mis oidos, por lo menos sus sencillos, las...
show moreRob Halford tardaría veinticinco años para salir del closet y decirnos lo que todo el mundo ya sabía, y en su momento parecía un chiste, algunos lo señalaron de oportunista, sin embargo, al parecer para Rob había sido una pesada carga que había llevado muchos años en secreto, pero tal vez no por razones personales sino profesionales, de todas maneras lo último que consideré fue su aparente oportunismo, ya que recordé una situación bastante triste, que seguro le daba la razón a Halford, en 1991, hace casi treinta años, llegando a Bogotá a estudiar en la universidad viví por un año en una residencia estudiantil de una comunidad religiosa, que no es la Jesuita, ubicada en un barrio exclusivo de Bogotá, dentro de esta comunidad de jóvenes estudiantes privilegiados y otros miembros de esta comunidad religiosa se vivía una pequeña república, donde al menos para mí vivir en el ático era lo mejor, la habitación del ático en su momento la tenía tal vez el personaje preferido por los directores de la exclusiva residencia de estudiantes, nuestro compañero era un adelantado estudiante de medicina de una de las mejores universidades de Colombia, que a su vez era un melómano aventajado admirador de Pink Floyd, David Bowie, Depeche Mode con una colección de música increible.
Algo atormentado pero aparentemente armado de valor poco a poco saldría del closet, al siguiente semestre ya no estaba, al parecer había pasado de ser el preferido de la casa a persona no grata, y no puedo olvidar una conversación que tuvimos donde me contaba la infinita soledad que significaba para él ser gay, cuando supe que Halford finalmente había salido del closet, como se suele decir, lo último que se me vino a la cabeza fue criticarlo.
Hoy, leyendo Confess, la autobiografía de Rob Halford, quedo de una pieza, Robert por fin logra describir su vivencia personal, y aquí abro comillas:
En 1980 me encontraba en un lugar extraño. Me encantaba pertenecer a Judas Priest más que nunca; habíamos grabado un álbum al que consideraba realmente una obra maestra; y nos estabamos haciendo realmente exitosos a ambos lados del Atlántico. Nuestra carrera no podía ser mejor.
Pero, aparte de los discos de oro y las taquillas agotadas… cuando apagaba las luces cada noche y me tumbaba en mi cama (malhumorado, siempre malhumorado) en otro cuarto de cualquier hotel, o (ocasionalmente) en mi dormitorio en Yew Tree State, me sentía frustrado e infeliz. Y solo.
Habían pasado cinco años desde que había visto a Jason. Aparte de extraños tropiezos y manoseos aleatorios, había estado solo desde ese momento… y no simplemente solo, sino además forzado a suprimir mis deseos, mis necesidades, a mí mismo. Tenía que vivir una mentira sofocante, o matar a la banda que amaba.
Fuera de esa habitación yo era Rob Halford de Judas Priest, símbolo másculino y emergente dios del Metal. Dentro, yo era Robert John Arthur Halford, un triste y confundido chico oriundo del País Negro llegando a sus treintas, anciando la fruta prohibida de la compañía íntima masculina.
Era imposible para mí tener una pareja como la gente normal heterosexual que no era famosa – Yo sabía eso. Lo máximo que podía esperar era el encuentro ocasional con desconocidos. Y era el momento para irme de cacería.
Las primeras diez fechas de nuestra gira eran una vez más en Texas. No veía la hora de encabezar el cartel en el Will Rogers Auditorium de Fort Worth, el Opera House en Austin, y el Country Coliseum en el Paso, pero de la misma manera, no veía la hora de poder visitar los baños en las paradas de los camioneros en Texas.
Los baños de las paradas de los camioneros en Estados Unidos son el territorio de caza para hombres homosexuales buscando encuentros sexuales aleatorios. Los americanos buscan allí porque las paradas están alejadas y a una distancia segura de sus amigos o (a menudo) de sus esposas y familiares. Las probabilidades de ser encontrado y reconocido son muy bajas.
Y esas probabilidades son aún menores si nunca vez la cara del tipo a quien se la chupas o del que te la chupa! Es el encuentro sexual más casual que pueda existir, zipless fuck como lo bautizaría Erica Young. De seguro era casi imposible ser gay en la sureña y conservadora Texas en aquel momento, y es por eso -como había leido en el Directorio Damron- sus paradas de camioneros eran especialmente activas.
Difícilmente se trataba de un encuentro romántico… pero sentía que era la mejor opción disponible para mí. De hecho era mi única opción.
A fuerza de ensayo y error y mis furtivas escapadas a los baños públicos de British Home Stores en Walsall aprendí las reglas del ritual. Primero encuentras un cubículo que tuviera un Agujero de la Gloria (En Ingles Glory Hole) un pequeño agujero taladrado en la división del cubículo y que conectaba con el siguiente a la altura de la entrepierna. Asegurabas la puerta, te sentabas en la tasa y esperabas.
Esperabas, y esperabas, y esperabas un poco más. Eventualmente algún tipo entraba al cubículo de al lado. Le dabas unos segundos para que él también se sentara y luego golpeabas suavemente con el pié. TAP, TAP, TAP.
Usualmente no hay respuesta, pero si el otro chico hace lo mismo -TAP, TAP, TAP – mueves tu pie más cerca de su cubiculo y repites. Si sucede tres o cuatro veces los pies terminan tocándose debajo de la división. Y entonces lo has logrado.
Te levantas e introduces tu pene por el Agujero de la Gloria el otro tipo lo agarra te la pone dura y te la chupa. Cuando te has venido, él mete su pene por el Agujero y tú le haces lo mismo.
Tienes que permaneces callado durante toda la transacción (y créanme, una transacción es lo que es). Cualquiera podría inocentemente entrar en el baño en cualquier momento. Si eso sucede, te congelas para evitar cualquier sospecha. Y rezas para que no sean policías.
Existe una regla de etiqueta. Una vez satisfechos el uno al otro, uno se queda en el cubículo hasta que el otro ha salido, se ha lavado las manos y se ha ido. Es el encuentro humano sin contacto humano real alguno por excelencia.
Pero los mendigos no pueden elegir…
En esa gira, si Priest se detenía en una parada de camioneros para el almuerzo me iba directo a los baños. No sé si el resto de la banda sabía en las que andaba. Tal vez lo sospechaban. Nunca dije nada; nunca me preguntaron. Como buenos compañeros de banda me daban mi espacio.
Uno encuentra más acción en las noches, y alguna que otra vez tomaba un taxi hasta una parada de camioneros después de un concierto. Mientras los otras agarraban sus cervezas en el backstage (o alguna de las muchas groupies), con la excusa de regresar al hotel me adentraba a la noche.
Ya en el taxi, pensaba en la descepción de los fanáticos que me habían visto reinar en el escenario mientras los dirigía en el coro masivo de “Take on The World” sentirían si se enteraran de lo que estaba a punto de hacer. Por favor Dios, que nunca se enteren.
Cuando llegaba a la estación, me sentaba en el frio retrete, con mi corazón latiendo muy rápido, en medio de ninguna parte. Usualmente no pasaba nada, y me regresaba. Pero ocasionalmente, solo ocasionalmente, alguien se sentaba en el cubículo de al lado. Otro pobre idiota, en la misma triste búsqueda que yo.
TAP-TAP-TAP
Cuando sucedía, era algo. No había un alivio emocional pero al menos había uno físico. Y se sentía como lo único que podía esperar.
Palabras de Robert Halford the Metal God, extractadas de su nuevo libro autobiográfico, Confess.
Mi nombre es Carlos Oñoro y esto es Historias Rockeras.
Information
Author | Carlos Eder Oñoro Ramos |
Organization | Carlos Eder Oñoro Ramos |
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