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CUENTOS para mi bebé LEO
15 APR 2020 · Había una vez una niña muy bella, con una piel blanca como la nieve, unos labios rojos como la sangre y cabellos negros como el azabache. Se llamaba Blancanieves.
Conforme crecía la princesa, su belleza aumentaba día tras día hasta que su madrastra, la reina, se puso muy pero que muy celosa. Incluso hubo un día en que la malvada madrastra no aguantaba más su presencia y pidió a un cazador que la llevara al bosque para matarla. Como era tan joven y bella, el cazador se apiadó de la niña y le aconsejó que buscara un escondite en el bosque.
Blancanieves corrió tan lejos como pudo, tropezando con rocas y troncos de árboles. Por fin, cuando estaba oscureciendo, encontró una casita y entró para descansar.
En aquella casa todo era pequeño pero muy bonito y muy limpio. Cerca de la chimenea estaba puesta una mesita con siete platos muy pequeñitos, siete tacitas de arcilla y al otro lado de la habitación se alineaban siete camitas muy ordenadas. La princesa, agotada por su largo viaje, se echó sobre tres de las camitas, y se quedó profundamente dormida.
Cuando llegó la noche, los dueños de la casita regresaron. Eran siete enanitos, que todos los días salían para trabajar en las minas de oro, muy lejanas, en el corazón de las montañas.
—¡Uy, qué niña tan bella! —exclamaron sorprendidos—. ¿Y cómo ha llegado hasta aquí?
Los enanitos se acercaron para admirarla cuidando de no despertarla. Por la mañana, Blancanieves sintió miedo cuando despertó y vio a los siete enanitos que la rodeaban. La interrogaron tan suavemente que la niña se tranquilizó y les contó su triste historia.
—Si quieres cocinar, coser y lavar para nosotros —dijeron los enanitos—, puedes quedarte aquí y te cuidaremos siempre.
Blancanieves aceptó muy contenta. Vivía muy alegre con los enanitos, preparándoles la comida y cuidando de la casita. Todas las mañanas se paraba en la puerta y los despedía con la mano cuando los enanitos salían para su trabajo.
Pero ellos le advirtieron:
—Lleva mucho cuidado… Tu madrastra puede averiguar que vives aquí e intentar hacerte daño.
La madrastra, que era una bruja y consultaba a su espejo mágico para ver si existía alguien más bella que ella, descubrió que Blancanieves vivía en casa de los siete enanitos. Se puso muy furiosa y decidió matarla ella misma.
Así que se disfrazó de vieja, la malvada reina preparó una manzana con veneno, cruzó las montañas y llegó a casa de los enanitos.
Blancanieves, que estaba muy solita durante el día, pensó que aquella viejecita no podría ser peligrosa. La invitó a entrar y aceptó agradecida la manzana, al parecer deliciosa, que la bruja le ofreció. Pero, con el primer mordisco que dio a la fruta, Blancanieves cayó al suelo inconsciente.
Aquella noche, cuando los siete enanitos llegaron a la casita, encontraron a Blancanieves en el suelo. No respiraba ni se movía. Los enanitos lloraron tristemente porque la querían muchísimo.
Durante tres días velaron su cuerpo, que seguía conservando su belleza (piel blanca como la nieve, labios rojos como la sangre y cabellos negros como el azabache).
—No podemos poner su cuerpo bajo tierra —dijeron los enanitos. Hicieron un ataúd de cristal, y colocándola allí, la llevaron a la cima de una montaña. Todos los días los enanitos iban a velarla.
Un buen día, el príncipe, que paseaba en su gran caballo blanco, vio a la bella niña en su caja de cristal y escuchó la historia contada por los enanitos. Se enamoró de Blancanieves y logró que los enanitos le permitieran llevar el cuerpo al palacio donde prometió adorarla siempre. Pero cuando movió la caja de cristal tropezó y el pedazo de manzana que había comido Blancanieves se desprendió de su garganta.
Ella despertó de su largo sueño y se sentó. Los enanitos se pusieron muy contentos mientras Blancanieves aceptaba ir al palacio y casarse con el príncipe.
Y colorín colorado, este cuento
20 MAR 2020 · Érase una vez, en un lugar muy lejano, una princesa que paseaba por las cercanías de su palacio. Siempre llevaba consigo una pequeña pelota dorada que era su posesión más preciada. Mientras jugaba con la pelota, la arrojó tan alto que la perdió vista. La pelota rodó hacia un estanque y la princesa empezó a llorar desconsoladamente.
En ese momento, una pequeña rana salió del estanque saltando.
—¿Qué te pasa, bella princesa? —preguntó la rana.
La princesa se limpió las lágrimas de la cara y le dijo:
—Mi pelota dorada se ha perdido en el fondo del estanque y no la podré recuperar.
La rana intentó consolar a la princesa y le aseguró que podía recuperar la pelota dorada si la princesa le concedía un favor.
—¡Lo que me pidas! ¡Te daré todas mis joyas, montones de oro y hasta mis lujosos vestidos! —dijo la princesa.
La rana le explicó que no necesitaba riquezas. Solo le pedía que le permitiera comer de su plato y dormir en su habitación.
La idea de compartir el plato y habitación con una rana no le gustó nada a la princesa pero, claro, aceptó pensando que la rana jamás encontraría el camino al palacio.
La rana se sumergió en el estanque y en un abrir y cerrar de ojos había recuperado la pelota de la princesa.
A la mañana siguiente, la princesa encontró a la rana esperándola en la puerta del palacio.
—He venido a reclamar lo prometido —dijo la rana.
Al escuchar esto, la princesa corrió hacia su padre, llorando. Cuando el amable rey se enteró de la promesa, dijo:
—Una promesa es una promesa. Ahora, debes dejar que la rana se quede aquí.
La princesa estaba muy enfadada pero no tuvo otra opción que dejar quedarse a la rana. Fue así como la rana comió de su plato y durmió en su almohada.
Al final de la tercera noche, la princesa cansada de la presencia de aquel huésped indeseable, se levantó de la cama y tiró a la rana al suelo.
Entonces la rana le propuso un trato:
—Si me das un beso, desapareceré para siempre —dijo la rana.
La princesa, muy asqueada, dio un beso en la frente de la rana y exclamó:
—He cumplido con mi parte, ahora vete de aquí.
De repente, una nube de humo blanco inundó la habitación. Y para sorpresa de la princesa, la rana se convirtió en un apuesto príncipe que había sido atrapado por la maldición de una bruja malvada.
La princesa y el príncipe se hicieron amigos al instante, y después de unos años se casaron, fueron felices y comieron perdices.
Y colorín colorado, este cuento se ha podcastizado.
¿Te ha gustado? Me encantaría leer tu comentario en la web leocuentos.es o bien en la app de podcast que estés usando, donde además tu valoración de 5 estrellas ayudaría a que más gente escuchara estas fantásticas historias.
Te leo un cuento nuevo en cada episodio. Escríbeme si te gustaría que leyera algún cuento en concreto. Y si quieres conocer más actividades con las que divertirte con tus hijos, no pierdas la oportunidad de echarle un vistazo a mi libro en tuhijofeliz.com.
Escucha otros cuentos de este podcast:
17. El príncipe rana
16. Cenicienta
15. El gato con botas
14. El patito feo
13. Pinocho
10 MAR 2020 · Había una vez una joven muy bella que vivía con su madrastra y sus dos hermanastras. La obligaban a hacer todas las tareas de la casa: cocinar, limpiar y también lavarles la ropa.
Un día, cansadísima de trabajar, la joven se quedó dormida cerca de la chimenea de la casa y cuando se levantó tenía la cara tan sucia y manchada por las cenizas que sus hermanastras se rieron a carcajadas de ella y desde entonces empezaron a llamarle Cenicienta.
Un fría mañana llegó a la casa una invitación del rey a un baile para celebrar el cumpleaños del príncipe. Todas las jóvenes del reino estaban invitadas y Cenicienta estaba muy contenta por el hecho de poder ir al baile. Sin embargo, cuando llegó el día de la fiesta, su madrastra y hermanastras le dijeron:
—Cenicienta, tú no vas a ir, te vas a quedar limpiando en casa y preparando la cena para cuando nosotras regresemos del baile.
Las tres salieron hacia el palacio mientras se burlaban de Cenicienta.
La joven corrió al jardín y se sentó en un banco a llorar. Deseaba con todo su corazón ir al baile. Y en ese momento, apareció una hada madrina y le dijo:
—No llores, Cenicienta. Eres muy buena así que mereces ir al baile del palacio.
El hada madrina movió su varita mágica y transformó una calabaza en un majestuoso coche; convirtió a tres ratones, en hermosos caballos; y a un perro viejo, en un cochero. Cenicienta no podía creer lo que veía.
— ¡Muchísimas gracias! —dijo Cenicienta.
—No he acabado aún —respondió el hada madrina sonriendo.
De repente, movió de nuevo su varita mágica y transformó a Cenicienta. Le dio un bonito vestido y unos delicados zapatos de cristal, y le dijo:
—Ahora puedes ir al baile, pero recuerda que debes regresar antes de la medianoche. A esa hora se acabará la magia.
Cenicienta le agradeció de nuevo al hada madrina lo que había hecho por ella y muy, muy feliz, se dirigió al palacio. Cuando entró, nadie sabía quién podría ser esa hermosa princesa.
El príncipe estaba tan intrigado que la invitó a bailar. Y tras bailar con ella durante toda la noche, el príncipe descubrió que Cenicienta no solo era la mujer más hermosa del reino sino también la más amable y sincera que él jamás había conocido.
De repente, se escucharon las campanadas del reloj. ¡Era medianoche! Cenicienta se estaba divirtiendo tanto que casi olvidaba las palabras del hada madrina.
—¡Oh, no! Tengo que irme —le dijo al príncipe mientras corría hacia la puerta del palacio para volver a casa. Cenicienta salió tan rápido que perdió uno de sus zapatos de cristal en las escaleras.
Decidido a encontrar a Cenicienta, el príncipe cogió el zapato y visitó todas las casas del reino, una por una.
El príncipe llegó al fin a la casa de Cenicienta, y sus dos hermanastras y por supuesto también la madrastra intentaron probarse el zapato de cristal. Pero no, no hubo suerte. Y justo cuando estaba a punto de marcharse escuchó una voz:
—¿Puedo probarme el zapato? —dijo Cenicienta.
La joven se probó la zapatilla y le encajaba perfectamente. El príncipe sabía que ella era la hermosa joven que estaba buscando. Y fue así como Cenicienta y el príncipe se casaron, comieron perdices y vivieron felices para siempre.
Y colorín colorado, este cuento se ha podcastizado.
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17. El príncipe rana
16. Cenicienta
15. El gato con botas
14. El patito feo
13. Pinocho
6 MAR 2020 · Érase una vez un viejo molinero que tras fallecer dejó a sus tres hijos algunas de sus propiedades. El tercero de los hijos, el más pequeño, llamado Arturo, no tuvo suerte en el reparto, pues le tocó una vieja cabaña y un simpático gato.
Sus hermanos se apresuraron en alejarse de esas tierras, así que solo y triste, el pobre Arturo era alentado por el minino:
–Haré de ti un príncipe –le prometía el gatito.
–¿Y cómo lo harás? –preguntaba Arturo riendo.
–Dame tus botas y deja el resto de mi parte.
Sin perder ni un solo segundo, el gato se puso las botas y se dirigió al bosque donde capturó las especies más sabrosas al paladar humano. Luego se dirigió al castillo del rey y solicitó audiencia:
–¿Quién viene? –preguntó uno de los hombres del rey.
–¡El honorable gato con botas, y me envía mi señor, el Marqués de Carabás!
El rey, ante tan pomposo título, no dudó en recibir a aquel extraño visitante.
El gato saludó con un discurso florido que agradó al rey y disfrutó la reina, y más aún cuando les ofreció las sabrosas especies:
–Es un pequeño obsequio de quien soy servidor, el joven Marqués de Carabás.
El rey estaba tan agradecido con el gato con botas que los invitó, a él y a su amo, al paseo que iba a realizar con su hija, la bella princesa.
El gato corrió para contarle a su amo la buena noticia pero Arturo le dijo:
–Lo siento pero no tengo ropa decente para presentarme ante el rey.
–No te preocupes –le dijo el animal.
Arturo y su sagaz gato tomaron el camino por donde iba a pasar la comitiva del rey. El animal ordenó a su amo que se lanzara a la gran laguna. Arturo intentó negarse pero al ver que se acercaba el carruaje del rey, sin pensárselo dos veces, se lanzó.
El gato se adelantó al carruaje, anunciando que habían sido víctimas de un asalto.
–Que venga el marqués –le dijo el rey– que nosotros lo atenderemos.
Satisfecho, el gato corrió al lujoso castillo del temible ogro, dispuesto a ultimar sus fabulosos planes.
Mientras los reyes y la princesa atendían a Arturo, el gato con botas dialogaba con el ogro, que era conocido por sus dotes de magia.
–¿A que no puedes transformarte en un león? –le provocaba el gato.
Así lo estuvo probando con varias transformaciones, hasta que le dijo:
–¿Y puedes ser un ratoncito?
El ogro sonrió y se convirtió en un pequeño roedor. En ese instante, el gato aprovechó para comérselo.
De esta forma, el gato quedó amo y señor del imponente castillo del ogro.
Corrió donde estaba Arturo y le dijo al rey:
–En nombre del Marqués de Carabás, les invito a pasar a su castillo, donde él pedirá formalmente la mano de su hija.
Los reyes se sintió halagados y la princesa suspiró enamorada.
Arturo y la princesa se casaron, fueron felices y comieron perdices.
Y el gato cumplió su promesa de convertir a su dueño en un príncipe.
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15. El gato con botas
14. El patito feo
13. Pinocho
12. Caperucita roja
11. Los tres cerditos
2 MAR 2020 · Érase una vez, en un bello lugar del campo, una Mamá Pata que esperaba ansiosa y alegremente a que sus pequeños patitos nacieran. Siempre le salían preciosos, pero ese día encontró un último huevo grande y muy extraño, que parecía no quererse abrir.
Muy extrañada, Mamá Pata y sus pequeños patitos recién nacidos, observaron y observaron al huevo en espera de algún movimiento, hasta que al fin ocurrió.
Y de aquel gran cascarón finalmente salió un patito de extraño plumaje, completamente distinto a los demás.
Perpleja, Mamá Pata contemplaba a aquel pequeño mientras él se aproximaba a su mamá y a sus hermanos con movimientos absolutamente torpes.
–¡Sólo puede ser un error! –se decía Mamá Pata. ¡En nada se parece al resto de mis crías!
Y una vez que el patito de pelaje extraño se situó frente a Mamá Pata, esta le retiró la mirada, negándole así el calor que el pequeño necesitaba.
Nadie parecía quererle, tan distinto que era a su familia, de manera que aquel pobre pato al que habían apodado el Feo, decidió al día siguiente abandonar su hogar y emprender un nuevo camino.
En busca de una familia que se le pareciera, el pobre patito se encontró con una mujer que le condujo a su casa. Allí pudo conocer a otros animales y comió muy bien. Tanto que pronto advirtió el peligro que le acechaba en casa de aquella anciana, que en realidad no había querido ayudarle sino que procuraba engordarle para cenárselo por Navidad.
De nuevo, y aunque ya había llegado el invierno, el patito de pelaje extraño escapó. Las fuertes heladas retrasaban su camino y languidecían al pobre animal, hasta que un hombre que paseaba le encontró desvanecido sobre el blanco de la nieve y decidió llevarlo consigo a su hogar.
¡Qué felicidad reinaba en aquella casa! Y, ¡qué cariño profesó aquella familia al pobre patito feo!
Sin embargo, una vez recuperado de salud, el hombre que le había recogido y cuidado, consideró que debían liberarlo de nuevo y llevarlo a su verdadero hogar: el campo. Y así, llegada y florida la primavera, depositaron al pato en un precioso y tranquilo estanque.
Los días resultaban armoniosos y cálidos en aquel lugar y ya nadie parecía atosigar al patito feo. Paseaba tan tranquilo por aquellas aguas que casi parecía haber olvidado todo lo malo.
Hasta que una tarde plácida, al observar el fondo del cristalino estanque, el patito pudo ver su imagen reflejada por primera vez. Había crecido mucho. Su plumaje ahora brillaba como el de aquellos cisnes que le acompañaban cada día en el estanque.
Muy contrariado, el patito de pelaje extraño decidió preguntar:
–¿Por qué nadáis en este estanque en compañía de un vulgar pato tan feo como yo? –exclamó.
Los cisnes quedaron boquiabiertos ante aquella pregunta y el más viejo le respondió:
–¿Acaso no te ves, hermano mío? No solo eres un cisne, sino que además, eres uno de los más bellos que mis ojos han visto nunca.
Y así fue como al fin en su hogar, el Cisne comprendió que nunca había sido el pato raro y feo… ¡Qué felicidad sintió!
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14. El patito feo
13. Pinocho
12. Caperucita roja
11. Los tres cerditos
26 FEB 2020 · Érase una vez un humilde carpintero llamado Geppetto que vivía muy solo y sin hijos. Esta soledad le apenaba tanto que Geppetto planeó construirse un muñeco de madera, al cual daría forma con mucho cariño, como lo hacía con cada trozo de madera que debía trabajar.
–Lo llamaré Pinocho –se dijo el carpintero a sí mismo, sonriente, muy contento con su proyecto.
Y así fue como poco a poco, Geppetto le fue dando forma a la madera. Primero las piernas, después los brazos… Hasta estar completamente terminado.
El muñeco se veía precioso; casi parecía un niño con aquellos ojos pintados tan brillantes.
Sin embargo, el pobre Geppetto pronto se dio cuenta de que con aquel muñeco no iba a aliviar su soledad.
–Ojalá tuviera vida… –se dijo con los ojos llenos de lágrimas.
Al caer la noche, mientras Geppetto descansaba de su jornada, el Hada de los deseos se apareció en la casa del carpintero frente al muñeco. El hada, que había escuchado las súplicas del carpintero, decidió concederle su deseo en recompensa a su esfuerzo y bondad. Y con un toque de magia… de pronto, Pinocho fue moviendo cada una de las partes de su pequeño cuerpo. Sin embargo, permanecía de madera.
¡Geppetto no podía creer lo que vio al amanecer!
–¡Hola, papá! –exclamó Pinocho.
–Pero… ¿eres tú, Pinocho, y no estoy soñando? –contestó Geppetto algo aturdido de la alegría.
A partir de entonces, Geppetto se convirtió en el hombre más feliz de la tierra. Tenía un hijo al fin y ya no estaba solo. Y poco a poco fue enseñándole cada una de las cosas que Pinocho necesitaba para sobrevivir.
Le enseñó a hablar y a caminar correctamente, y hasta empeñó parte de sus pertenencias para poder comprarle libros con los que ir a la escuela.
¡Qué contento y agradecido estaba Pinocho! Pero a pesar de todo, el pequeño seguía sin ser un niño de carne y hueso como los demás, y para serlo, el hada le hizo ser un niño muy bueno, y le regaló un pequeño grillito llamado Pepito Grillo, para acompañarle en su camino.
Mientras se dirigía a la escuela, Pinocho se imaginaba aprendiendo miles de cosas y haciéndose muy, muy listo, para poder ganar dinero cuando se hiciera mayor y así poder comprarle a su padre todas las cosas que había vendido para pagar sus libros.
Pero en el camino, Pinocho se encontró con un lobo malvado que a cambio de algunas monedas y mucha diversión, consiguió conducir a Pinocho hasta el teatro de títeres de la ciudad, desoyendo a Pepito Grillo que le advertía una y otra vez de su error.
–¡Vengan, señores, al teatro de títeres! –vociferaban desde la plaza del pueblo.
Pronto Pinocho se unió a la fiesta y se puso a bailar frente aquel teatro lleno de marionetas, como uno más.
Aquel niño de madera era tan inocente aún, que no sabía distinguir el bien del mal, acostumbrado como estaba a las bondades de su padre. Y Pinocho fue engañado de este modo por el titiritero más famoso de la ciudad.
Aquel hombre, egoísta y muy cruel, había observado pacientemente al extraño hijo del carpintero, y pensó que podría hacerse rico llevando a su teatro al primer muñeco de madera con vida.
Rápidamente encerró al pobre Pinocho bajo llave en una jaula de hierro y el pobre Pinocho lloró y lloró junto a Pepito Grillo arrepentido de su acción.
Aquel llanto conmovió al Hada de los deseos, que se presentó junto a la jaula de hierro preguntando a Pinocho cómo había llegado hasta allí:
–¡Me atraparon unos malvados de camino de la escuela y me encerraron en esta jaula! –exclamó Pinocho.
Y el Hada de los deseos, sabedora de la realidad, hizo crecer la nariz de Pinocho en castigo por no decir la verdad.
Sin embargo, decidió darle otra oportunidad y deshizo con su magia todos los barrotes de la jaula de hierro que le encerraban.
Una vez libre, Pinocho volvió a olvidar los consejos del hada y de su amigo Pepito Grillo, y de nuevo, se dejó tentar por unos niños que hablaban, a su paso, de la llamada Isla de los jugue
22 FEB 2020 · Érase una vez una niña que vivía en una aldea. La niña era la más linda de todas las aldeanas, tanto que loca de gozo estaba su madre y más aún su abuela, quien le había hecho una caperuza roja; y tan bien le estaba que por caperucita roja la conocían todos.
Un día su madre hizo tortas y le dijo:
–Irás á casa de la abuela a informarte de su salud, pues me han dicho que está enferma. Llévale una torta y este tarrito lleno de manteca.
Caperucita roja salió enseguida en dirección a la casa de su abuela, que vivía en otra aldea. Al pasar por el bosque encontró a un lobo que tuvo ganas de comérsela, pero a ello no se atrevió porque había algunos leñadores. Le preguntó adónde iba, y la pobre niña, que no sabía que fuese peligroso detenerse para dar oídos al lobo, le dijo:
–Voy a ver a mi abuela y a llevarle esta torta con un tarrito de manteca que le envía mi madre.
–¿Vive muy lejos? –Le preguntó el lobo.
–Sí, –le contestó Caperucita roja– a la otra parte del molino que veis ahí; en la primera casa de la aldea.
–Pues entonces, añadió el lobo, yo también quiero visitarla. Iré a su casa por este camino y tú por aquel, a ver cual de los dos llega antes.
El lobo echó a correr tanto como pudo, tomando el camino más corto, y la niña fuese por el más largo entreteniéndose en coger avellanas, en correr detrás de las mariposas y en hacer ramilletes con las florecillas que hallaba a su paso.
Poco tardó el lobo en llegar a la casa de la abuela. Tocó la puerta: ¡toc! ¡toc!
–¿Quién va?
–Soy tu nieta, Caperucita roja –dijo el lobo imitando la voz de la niña. Te traigo una torta y un tarrito de manteca que mi madre os envía.
La buena de la abuela, que estaba en cama porque se sentía indispuesta, contestó gritando:
–Tira del cordel y se abrirá el cancel.
Así lo hizo el lobo y la puerta se abrió. Eso sí, se arrojó encima de la abuelita y la devoró en un abrir y cerrar de ojos, pues hacía más de tres días que no había comido nada. Luego cerró la puerta y fue a acostarse en la cama de la abuela, esperando a Caperucita roja.
Poco después, Caperucita llamó a la puerta: ¡toc! ¡toc!
–¿Quién va?
Caperucita roja, que oyó la ronca voz del lobo, tuvo miedo al principio, pero creyendo que su abuela estaba constipada, contestó:
–Soy yo, tu nieta, Caperucita roja. Te traigo una torta y un tarrito de manteca que te envía mi madre.
El lobo gritó procurando endulzar la voz:
–Tira del cordel y se abrirá el cancel.
Caperucita roja tiró del cordel y la puerta se abrió. Al verla entrar, el lobo le dijo, ocultándose debajo de la manta:
–Deja la torta y el tarrito de manteca encima de la mesa y vente a acostar conmigo.
Caperucita roja lo hizo, y se metió en la cama. Grande fue su sorpresa al aspecto de su abuela sin vestidos, y le dijo:
–Abuelita, tenéis los brazos muy largos.
–Así te abrazaré mejor.
–Abuelita, tienes las orejas muy grandes.
–Así te oiré mejor,
–Abuelita, tienes los ojos muy grandes.
–Así te veré mejor,
–Abuelita, tienes los dientes muy grandes.
–Así… ¡te comeré mejor!
Y al decir estas palabras, el malvado lobo se arrojó sobre Caperucita roja y se la comió. Su estómago estaba tan lleno que el lobo se quedó dormido.
En ese momento, un cazador que había visto al lobo entrar en la casa de la abuelita comenzó a preocuparse. Había pasado mucho rato y tratándose de un lobo… ¡Dios sabía que podía haber pasado! De modo que entró a la casa.
Cuando llegó allí y vio al lobo con la panza hinchada se imaginó lo ocurrido, así que cogió su cuchillo y abrió la tripa del animal para sacar a Caperucita y su abuelita.
–Hay que darle un buen castigo a este lobo. –pensó el cazador.
De modo que le llenó la tripa de piedras y se la volvió a coser.
Cuando el lobo despertó de su siesta tenía mucha sed y al acercarse al río… ¡zas! se cayó dentro y se ahogó.
Caperucita volvió a ver a su madre y a su abuelita y desd
9 FEB 2020 · Había una vez un niño muy listo y simpático al que todos llamaban Garbancito. ¿Y sabéis por qué? Pues porque no era más grande… ¡que un garbanzo! Era un niño sano, fuerte y feliz, solo que muy pero muy pequeñito.
Sus padres le tenían mucha confianza porque sabían que era un chico muy responsable. Y como a Garbancito le encantaba ayudar en todo lo que podía, de vez en cuando le dejaban ir al pueblo a hacer algún recado.
El niño era feliz cuando podía andar dando vueltas por ahí. Y como era muy listo, para evitar que la gente lo pisara sin darse cuenta, iba siempre cantando una canción:
¡Pachín, pachín, pachín!
¡Mucho cuidado con lo que hacéis!
¡Pachín, pachín, pachín!
¡A Garbancito no piséis!
Todos en el pueblo le conocían, y al escuchar la canción se apartaban para abrirle camino.
Un día, su padre comentó en casa que iría a recoger coles al campo porque ya estaban en su punto. Su esposa le sugirió que tratara de llenar un saco, para después poder venderlas en el pueblo. Garbancito escuchó la conversación, y ni lento ni perezoso, se subió a la mesa para que pudieran verle bien y suplicó:
–¡Papá, por favor, llévame contigo para ayudarte!
El padre estuvo de acuerdo, y juntos fueron hacia el establo para ensillar el caballo. Garbancito pidió a su padre que lo subiera en su mano y lo dejara junto a la oreja del animal para poder ir guiándole por el camino. Así, el pequeñín y su padre tomaron el camino. Garbancito iba feliz; iba dando órdenes al caballo y el animal, obediente, seguía sus indicaciones. Por fin llegaron a la plantación de coles.
–Garbancito, voy a recoger todas las coles que pueda en este saco. Tú mientras tanto puedes jugar por ahí, pero no te alejes mucho.
–¡Tranquilo, papá! Tendré mucho cuidado.
El día estaba soleado, el campo estaba lleno de flores y las mariposas revoloteaban sobre su cabeza… ¡qué felicidad tenía el niño! Tan contento estaba, que se puso a corretear por la hierba en busca de cosas interesantes: un bichito debajo de una piedra, una flor grande por donde trepar… iba dando brincos saltando de flor en flor, pero en uno de esos saltos calculó mal y cayó dentro de una col.
A pesar de que la planta era blanda, se dio un buen golpe y lanzó un quejido. Muy cerca de allí había un buey pastando, que sintió un ruido y vio una col moverse. Esto le llamó la atención, se acercó hasta la planta y se la comió de un solo bocado. El pobre Garbancito no tuvo tiempo de reaccionar, ¡y terminó en la panza del buey!
Su padre no se había dado cuenta de nada y cuando llenó el saco comenzó a llamar a su hijo. Pero por mucho que llamó y buscó, el niño no aparecía por ninguna parte.
Desesperado, montó a caballo y salió a todo galope hacia la casa, dejando el saco de coles olvidado en el campo. Entre lágrimas le contó a su mujer lo sucedido y juntos salieron a buscar al pequeño.
Recorrieron el campo durante horas, llamando a Garbancito con toda la voz que tenían, pero no lograban encontrarlo.
Estaban a punto de regresar a casa, convencidos de que nunca volverían a ver a su hijo, cuando pasaron cerca de un buey que estaba mascando pasto plácidamente. Desde su interior, les pareció oír una vocecita que decía:
– ¡Aquí! ¡Padres, estoy aquí!
Frenaron en seco, preguntándose el uno al otro: «¿lo has oído tú también?»
Garbancito continuó gritando tan fuerte como fue capaz.
– ¡Estoy en la panza del buey que se mueve, donde ni nieva ni llueve!
La madre del pequeño tuvo una idea: se agachó y arrancó un manojo de hierba de la tierra, lo acercó a la nariz del buey y comenzó a hacerle cosquillas; el animal estornudó con tanta fuerza, ¡que lanzó por la boca a Garbancito!
¡Qué gran alivio sintieron todos! El padre y la madre no paraban de besar a Garbancito que, feliz de estar a salvo y de nuevo con sus padres, los dejaba hacer.
Los tres juntos cogieron el saco de coles, montaron en el caballo y volvieron a casa cantando:
¡Pachín, pachín, pachín!
¡Much
5 FEB 2020 · La cigarra era feliz disfrutando del verano. El sol brillaba, las flores desprendían su aroma… y en medio del paisaje, la cigarra cantaba y cantaba. Mientras tanto su amiga y vecina, una pequeña hormiga, pasaba el día entero trabajando y trabajando, recogiendo alimentos.
– ¡Amiga hormiga! ¿No te cansas de tanto trabajar? Descansa un rato conmigo mientras canto algo para ti –le decía la cigarra a la hormiga.
– Harías mejor si recogieras provisiones para el invierno y te dejaras de tanta holgazanería –le respondía la hormiga, mientras transportaba grano a grano, muy atareada.
La cigarra se reía y seguía cantando sin hacer caso a su amiga.
Hasta que un día, al despertarse, la cigarra sintió el frío intenso del invierno. Los árboles se habían quedado sin hojas y del cielo caían copos de nieve, mientras la cigarra vagaba por el campo, helada y hambrienta. Vio a lo lejos la casa de su amiga la hormiga y se acercó a pedirle ayuda.
– Amiga hormiga, tengo mucho frío y mucha hambre. ¿No me darías algo de comer? Tú tienes mucha comida y una casa caliente, mientras que yo no tengo nada.
La hormiga entreabrió la puerta de su casa y le dijo a la cigarra.
– Dime, amiga cigarra, ¿qué hacías tú mientras yo madrugaba para trabajar? ¿Qué hacías mientras yo cargaba con granos de trigo de acá para allá?
– Cantaba y cantaba bajo el sol – contestó la cigarra.
– ¿Eso hacías? Pues si cantabas en el verano, ahora baila durante el invierno.
Y le cerró la puerta, dejando fuera a la cigarra, que había aprendido la lección.
Y colorín colorado, este cuento se ha podcastizado.
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Te leo un cuento nuevo en cada episodio. Escríbeme si te gustaría que leyera algún cuento en concreto. Y si quieres conocer más actividades con las que divertirte con tus hijos, no pierdas la oportunidad de echarle un vistazo a mi libro en tuhijofeliz.com.
Escucha otros cuentos de este podcast:
06. El hombre que contaba historias5. El traje nuevo del emperador4. El tren Chucuchú3. Carrera de zapatillas2. El árbol mágico
2 FEB 2020 · De los hermanos Grimm
Voy a contaros una cosa. He visto volar a dos pollos asados; volaban rápidos, con el vientre hacia el cielo y la espalda hacia el infierno; y un yunque y una piedra de molino nadaban en el Rin, despacio y suavemente, mientras una rana devoraba una reja de arado, sentada sobre el hielo, el día de Pentecostés.
Tres individuos, con muletas y patas de palo, perseguían a una liebre; uno era sordo; el otro, ciego; el tercero, mudo. Y el cuarto no podía mover una pierna. ¿Queréis saber qué ocurrió?
Pues el ciego fue el primero en ver correr la liebre por el campo; el mudo llamó al tullido, y el tullido la agarró por el cuello. Unos, que querían navegar por tierra, izaron la vela y avanzaron a través de grandes campos, y al cruzar una alta montaña naufragaron y se ahogaron.
Un cangrejo perseguía una liebre, y a lo alto de un tejado se había encaramado una vaca. En aquel país, las moscas son tan grandes como aquí las cabras.
Abre la ventana para que puedan salir volando las mentiras.
Y colorín colorado, este cuento se ha podcastizado.
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CUENTOS para mi bebé LEO
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Author | José David |
Organization | José David |
Categories | Stories for Kids |
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